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Diferencia entre revisiones de «Aldea de Tulor»

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De 3.000 años de antigüedad,que fue sepultada por la arena en el Valle de la Luna. La mayor parte de las ruinas se encuentran aún cubiertas y sólo un 4% de la construcción ha sido excavada, por lo que sólo se puede especular acerca de lo que se esconde bajo la arena. Se cree que se trata de una treintena de habitaciones circulares interconectadas ente sí. El dificil acceso a la aldea ha contribuido a protegerla de los saqueadores. Aunque Tulor es un magnífico representante de la arqueología atacameña, no es el único. Hay muchos otros sitios que recién se están investigando y otros tantos que aún permanecen ocultos en el desierto.
De 3.000 años de antigüedad,que fue sepultada por la arena en el Valle de la Luna. La mayor parte de las ruinas se encuentran aún cubiertas y sólo un 4% de la construcción ha sido excavada, por lo que sólo se puede especular acerca de lo que se esconde bajo la arena. Se cree que se trata de una treintena de habitaciones circulares interconectadas ente sí. El dificil acceso a la aldea ha contribuido a protegerla de los saqueadores. Aunque Tulor es un magnífico representante de la arqueología atacameña, no es el único. Hay muchos otros sitios que recién se están investigando y otros tantos que aún permanecen ocultos en el desierto.
El Padre Gustavo Le Paige identificó en 1958 los primeros restos de la Aldea de Tulor, situada a 6 kilómetros al sur de San Pedro de Atacama, investigación que fue ampliada por la arqueóloga Ana María Barón en 1980. Uno de los rasgos más característicos de la aldea es la construcción circular de las habitaciones, confeccionadas como iglúes de barro (arcilla y arena).

La Aldea de Tulor, ubicada entre el sector homónimo y el Ayllu de Coyo, está compuesta por una serie de estructuras circulares interconectadas entre sí y que poseían diversos usos y funciones de acuerdo a las actividades cotidianas que se desarrollaba en su interior. Esta aldea corresponde a uno de los sitios arqueológicos sedentarios más antiguos del Norte de Chile, cuya arquitectura comparte muchas similitudes con las culturas precolombinas de los Andes Centro-Sur: Bolivia (Wankarani), Valles Occidentales (Guatacondo) y Noroeste Argentino (Alamito).
El intenso comercio e intercambio de productos llevado a cabo por los habitantes de Tulor se ve claramente en los desechos arqueológicos observables hoy en día: gran cantidad de cuentas hechas en conchas del pacífico, plumas de aves tropicales, cerámicas intrusivas (estilo Vaquerias) y otros bienes culturales reflejan el alto grado de movilidad articulado por estas poblaciones y su importante rol de intermediadores entre las culturas del sector (Área Centro-Sur Andina). En este sentido, sin lugar a dudas, este importante sitio, debió haberse constituído durante el inicio de la era cristiana en un importante puerto de tráfico e intercambio de bienes que a través del Caravaneo de Llamas permitía integrar un amplio territorio, hoy enclavado en medio de los parajes más hostiles de este lado del planeta: Desierto de Atacama y Puna.
Sin embargo, uno de los procesos sociales mejor documentados en este sitio guarda relación con la consolidación de un nuevo modo de vida más productor que depredador de los recursos naturales del entorno. Esto se complementaba con la arraigada tradición de pastoreo que durante milenios acompañó a los atacameños, con innovadoras experiencias agrícolas. Las aguas del río San Pedro, en esa época desaguaban naturalmente en las inmediaciones del sitio, permitiendo el desarrollo del sedentarismo y fenómenos socio-culturales que estuvieron tales como la estratificación del grupo social. Los materiales arqueológicos recuperados, dan cuenta del significativo intercambio cultural, y se expresadas en diversos soportes materiales como la arcilla, la madera, el hueso, el cuero y los textiles. No obstante, las condiciones medioambientales de la zona, caracterizadas por el desarrollo de eventos precipitacionales estivales a los que se suman la acción del viento y otros agentes naturales, han imposibilitado la conservación de la mayoría de estos artefactos, ya que sólo quedan escasos fragmentos, a partir de los cuales los arqueólogos elaboran sus hipótesis y explicaciones sobre lo que sucedió en el pasado.

La fertilidad
La cerámica presente en el sitio, se vincula a prácticas cotidianas de preparación de alimentos y transporte de líquidos, destacando principalmente los tipos grises pulidos gruesos o alisados. También se encuentran fragmentos de los clásicos ejemplares definidos como negro pulidos y que permiten conjeturar la ocupación del sitio hasta el siglo V d.C. momento en el cual irrumpen los rasgos culturales del Estado de Tiwanaku, que aún no han sido detectados en Tulor.
La Aldea de Tulor se emplaza en una vasta área arqueológica integrada por importantes sitios que proporcionan claras evidencias culturales de contacto entre los diversos grupos que habitaban el área centro-sur andina en el pasado. Uno de ellos es Tulor Algarrobo distante a sólo 150 mts. del asentamiento habitacional que, excavado por el Padre Gustavo Le Paige, proporcionó gran cantidad de artefactos culturales, entre los que destacan dos figurillas antropomorfas policromas, adscritas a la Cultura Condorhuasi del Noroeste Argentino, que presentando una clara morfología femenina, podrían atestiguar la participación de estas comunidades en un mismo patrón de pensamiento simbólico e ideológico vinculado al tema de la fertilidad y de la procreación, donde indudablemente la mujer fue uno de los ejes articuladores de este orden cuyo rol aún no ha sido suficientemente analizado.

Revisión del 20:09 4 sep 2007

De 3.000 años de antigüedad,que fue sepultada por la arena en el Valle de la Luna. La mayor parte de las ruinas se encuentran aún cubiertas y sólo un 4% de la construcción ha sido excavada, por lo que sólo se puede especular acerca de lo que se esconde bajo la arena. Se cree que se trata de una treintena de habitaciones circulares interconectadas ente sí. El dificil acceso a la aldea ha contribuido a protegerla de los saqueadores. Aunque Tulor es un magnífico representante de la arqueología atacameña, no es el único. Hay muchos otros sitios que recién se están investigando y otros tantos que aún permanecen ocultos en el desierto. El Padre Gustavo Le Paige identificó en 1958 los primeros restos de la Aldea de Tulor, situada a 6 kilómetros al sur de San Pedro de Atacama, investigación que fue ampliada por la arqueóloga Ana María Barón en 1980. Uno de los rasgos más característicos de la aldea es la construcción circular de las habitaciones, confeccionadas como iglúes de barro (arcilla y arena).

La Aldea de Tulor, ubicada entre el sector homónimo y el Ayllu de Coyo, está compuesta por una serie de estructuras circulares interconectadas entre sí y que poseían diversos usos y funciones de acuerdo a las actividades cotidianas que se desarrollaba en su interior. Esta aldea corresponde a uno de los sitios arqueológicos sedentarios más antiguos del Norte de Chile, cuya arquitectura comparte muchas similitudes con las culturas precolombinas de los Andes Centro-Sur: Bolivia (Wankarani), Valles Occidentales (Guatacondo) y Noroeste Argentino (Alamito).

El intenso comercio e intercambio de productos llevado a cabo por los habitantes de Tulor se ve claramente en los desechos arqueológicos observables hoy en día: gran cantidad de cuentas hechas en conchas del pacífico, plumas de aves tropicales, cerámicas intrusivas (estilo Vaquerias) y otros bienes culturales reflejan el alto grado de movilidad articulado por estas poblaciones y su importante rol de intermediadores entre las culturas del sector (Área Centro-Sur Andina). En este sentido, sin lugar a dudas, este importante sitio, debió haberse constituído durante el inicio de la era cristiana en un importante puerto de tráfico e intercambio de bienes que a través del Caravaneo de Llamas permitía integrar un amplio territorio, hoy enclavado en medio de los parajes más hostiles de este lado del planeta: Desierto de Atacama y Puna. Sin embargo, uno de los procesos sociales mejor documentados en este sitio guarda relación con la consolidación de un nuevo modo de vida más productor que depredador de los recursos naturales del entorno. Esto se complementaba con la arraigada tradición de pastoreo que durante milenios acompañó a los atacameños, con innovadoras experiencias agrícolas. Las aguas del río San Pedro, en esa época desaguaban naturalmente en las inmediaciones del sitio, permitiendo el desarrollo del sedentarismo y fenómenos socio-culturales que estuvieron tales como la estratificación del grupo social. Los materiales arqueológicos recuperados, dan cuenta del significativo intercambio cultural, y se expresadas en diversos soportes materiales como la arcilla, la madera, el hueso, el cuero y los textiles. No obstante, las condiciones medioambientales de la zona, caracterizadas por el desarrollo de eventos precipitacionales estivales a los que se suman la acción del viento y otros agentes naturales, han imposibilitado la conservación de la mayoría de estos artefactos, ya que sólo quedan escasos fragmentos, a partir de los cuales los arqueólogos elaboran sus hipótesis y explicaciones sobre lo que sucedió en el pasado.

La fertilidad La cerámica presente en el sitio, se vincula a prácticas cotidianas de preparación de alimentos y transporte de líquidos, destacando principalmente los tipos grises pulidos gruesos o alisados. También se encuentran fragmentos de los clásicos ejemplares definidos como negro pulidos y que permiten conjeturar la ocupación del sitio hasta el siglo V d.C. momento en el cual irrumpen los rasgos culturales del Estado de Tiwanaku, que aún no han sido detectados en Tulor. La Aldea de Tulor se emplaza en una vasta área arqueológica integrada por importantes sitios que proporcionan claras evidencias culturales de contacto entre los diversos grupos que habitaban el área centro-sur andina en el pasado. Uno de ellos es Tulor Algarrobo distante a sólo 150 mts. del asentamiento habitacional que, excavado por el Padre Gustavo Le Paige, proporcionó gran cantidad de artefactos culturales, entre los que destacan dos figurillas antropomorfas policromas, adscritas a la Cultura Condorhuasi del Noroeste Argentino, que presentando una clara morfología femenina, podrían atestiguar la participación de estas comunidades en un mismo patrón de pensamiento simbólico e ideológico vinculado al tema de la fertilidad y de la procreación, donde indudablemente la mujer fue uno de los ejes articuladores de este orden cuyo rol aún no ha sido suficientemente analizado.