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Diferencia entre revisiones de «Urbanismo»

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Rebasando el marco en el que por etimología y definición estaba constreñido el urbanismo –la ciudad-, hoy es una disciplina de objetivo mucho más amplio y se utiliza para la ordenación integral del territorio. El urbanismo, sinónimo de planificación y ordenación, se ocupa de proporcionar modelos territoriales sectorializados, donde cada uno de esos ámbitos tiene asignado un desarrollo acorde con sus aptitudes. Así, habrá unos suelos netamente urbanos, otros urbanizables, esto es, susceptibles de llegar a ser urbanos cuando las necesidades de crecimiento y expansión lo determinen, y, por fin, suelos no urbanizables sin ninguna expectativa de evolución hacia espacios cívicos.
Rebasando el marco en el que por etimología y definición estaba constreñido el urbanismo –la ciudad-, hoy es una disciplina de objetivo mucho más amplio y se utiliza para la ordenación integral del territorio. El urbanismo, sinónimo de planificación y ordenación, se ocupa de proporcionar modelos territoriales sectorializados, donde cada uno de esos ámbitos tiene asignado un desarrollo acorde con sus aptitudes. Así, habrá unos suelos netamente urbanos, otros urbanizables, esto es, susceptibles de llegar a ser urbanos cuando las necesidades de crecimiento y expansión lo determinen, y, por fin, suelos no urbanizables sin ninguna expectativa de evolución hacia espacios cívicos.

==Ver==
*[[Historia del Urbanismo]]



====El urbanismo en España====
====El urbanismo en España====

Revisión del 21:23 4 mar 2005

El urbanismo es una profesión relativamente nueva, que contiene una amplia gama de conceptos y un área de práctica y estudio muy amplia y compleja. Y por tal es una ciencia que tiene la misión de proporcionar las bases fundamentales para poder resolver los problemas de las ciudades, concernientes tanto a la configuración física, como a la dinámica de las actividades económicas y sociales.

El urbanismo nace en la era industrial como práctica de la transformación y construcción de la ciudad en aquella época, pero su madurez teórica la alcanzó en nuestro siglo XX. El urbanismo se desarrolló en la práctica, como en la teoría, después de la Segunda Guerra Mundial, donde se produjo un cambio en el orden político, económico y social de todos los países del mundo. Se crearon nuevas ciudades y se empezaron a modificar las ciudades existentes.

El término "urbanismo" procede de la palabra latina "urbs" (ciudad), que en la antigüedad se refería por antonomasia a la capital del mundo romano, Roma. La Real Academia define "Urbanismo" como, el conjunto de conocimientos que se refieren al estudio de la creación, desarrollo, reforma y progreso de los poblados en orden a las necesidades materiales de la vida humana.

Rebasando el marco en el que por etimología y definición estaba constreñido el urbanismo –la ciudad-, hoy es una disciplina de objetivo mucho más amplio y se utiliza para la ordenación integral del territorio. El urbanismo, sinónimo de planificación y ordenación, se ocupa de proporcionar modelos territoriales sectorializados, donde cada uno de esos ámbitos tiene asignado un desarrollo acorde con sus aptitudes. Así, habrá unos suelos netamente urbanos, otros urbanizables, esto es, susceptibles de llegar a ser urbanos cuando las necesidades de crecimiento y expansión lo determinen, y, por fin, suelos no urbanizables sin ninguna expectativa de evolución hacia espacios cívicos.

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El urbanismo en España

En España ha sido especialmente relevante, en el reparto de competencias, la Sentencia del Tribunal Constitucional 152/1988, de 20-07-1988 (BOE de 24-08-1988 ).

Urbanismo de la Ilustración

Durante el siglo XVIII, procedente de Francia e Italia, se introdujo entre los arquitectos españoles la preocupación por el urbanismo. Se trató de un debate más teórico que orientado a los resultados prácticos, centrado en las nociones de racionalismo y salubridad, tan características de la época.

La situación a la llegada de la dinastía borbónica a España se caracterizaba por la existencia de una arquitectura de estilo barroco, desconectada de las corrientes clasicistas europeas. La penuria económica había agudizado los problemas tradicionales de la ciudad del Antiguo Régimen: hacinamiento, falta de infraestructuras sanitarias, mala calidad de la edificación o ausencia de espacios libres dentro de los recintos amurallados.

El principal esfuerzo del programa arquitectónico borbónico se dirigió al embellecimiento de Madrid y de los Reales Sitios, escenografías donde de representaba el poder del monarca, siguiendo el modelo de la corte francesa.

El programa urbanístico más ambicioso fue el eje del Prado, con la intención de dar continuidad a la ciudad por el este y unirla al Buen Retiro. José de Hermosilla diseñó el Salón del Prado, entre las actuales glorietas de Cibeles y Neptuno. Este paseo se prolongó posteriormente hacia el sur, con la idea de crear un eje científico, con el Jardín Botánico, el Museo de Ciencias (actual Prado) y el observatorio (todo ello bajo la dirección de Juan de Villanueva), y el Hospital de San Carlos. La aparición de esta avenida monumental en sentido sur-norte marca el eje del futuro crecimiento de Madrid y la línea divisoria entre la ciudad antigua y el futuro ensanche. El Prado madrileño sirvió de modelo para otras ciudades, en las que la construcción de este tipo de paseos fue promovida por las Sociedades de Amigos del País (Campo de San Francisco en Salamanca, el Espolón en Burgos o Floridablanca en Valladolid).

Barcelona, durante el siglo XVIII, une a su condición portuaria y comercial el carácter de plaza fuerte. Las fortificaciones, dirigidas por el ingeniero flamenco de Verboom, limitan el desarrollo urbano al viejo solar formado por la Ciutat y el Raval, perdiendo además el viejo barrio de la Ribera en cuyo lugar Felipe V hizo construir la Ciudadela. Parte de la población de este barrio se había instalado en barracones en la barra arenosa que forma el puerto. En 1752, el Marqués de la Mina mandó construir un barrio nuevo sobre el terreno. La dirección correspondió al ingeniero militar Pedro Martín Cermeño, que ordenó el plano con manzanas rectangulares y alargadas sobre las que se levantaron viviendas modestas pero agradables y de buena construcción. Las obras demoraron unos veinte años y su resultado, la Barceloneta, es un buen ejemplo aplicado de la teoría de la urbanización ilustrada.

La creación de nuevas ciudades en Sierra Morena y en otros puntos de España (p. ej. San Carlos de la Rápita) nos permite conocer como se concebía en la época el ideal de ciudad. El experimento de colonización de Sierra Morena incluyó además labores de planificación territorial, con el establecimiento de una jerarquía de ciudades. El trazado urbano de estas poblaciones se ajusta al modelo clásico de retícula, con plazas de forma diversa que actúan como centros de la vida social.

También en los Reales Sitios de Aranjuez, San Lorenzo de El Escorial o La Granja, aparecieron nuevas poblaciones para dar servicio a los respectivos palacios. Aranjuez es el modelo más conseguido de integración de la arquitectura clasicista del gusto francés e italiano, con la naturaleza y con una pequeña ciudad de trazado regular que comprendía tanto residencias de la nobleza como un caserío muy funcional.

Hemos visto como la dirección de numerosos proyectos correspondió a ingenieros militares, cuerpo que a lo largo de los años mantendrá una pugna con los arquitectos por las competencias sobre urbanización. Los ingenieros militares también desempeñaron un papel decisivo en la creación de los nuevos arsenales marítimos. Cartagena, Ferrol y San Fernando experimentaron un crecimiento muy notable. En los tres casos, se siguió también la planta regular clasicista.

Es interesante comprobar como el urbanismo todavía no había sido adoptado por la escuela de arquitectura de la Academia de Bellas Artes como uno de los puntos claves de la formación de los alumnos. Predominaba entonces el aspecto artístico en la enseñanza, con énfasis en el dibujo, de manera que tendrán que ser los arquitectos extranjeros o los que amplían su formación fuera de España (como Juan de Villanueva o Silvestre Pérez) los que despierten el interés por esta disciplina tan importante. Los ingenieros militares, por su parte, recibían una formación mucho más práctica y estaban familiarizados con los conceptos de ordenación regular y aprovechamiento del terreno con fines defensivos.

La época de José Bonaparte

La sustitución temporal de los Borbones por el hermano del Emperador, tuvo su reflejo urbanístico en Madrid, de nuevo con la intención de hacer de la capital el símbolo del poder. Silvestre Pérez fue el encargado de llevar a cabo las reformas, como arquitecto de confianza del rey José. Había sido discípulo de Juan de Villanueva y a comienzos del siglo XIX gozaba de gran prestigio. En 1801 había elaborado el proyecto de Puerto de la Paz de Bilbao, una auténtica ciudad portuaria nueva, articulada en torno a una gran plaza abierta a la ría, y con un trazado que algunos autores ven relacionado con el proyecto de Wren de 1666 para Londres. No obstante, la monumentalidad y el racionalismo del proyecto lo relacionan con las ideas de la nueva estética clasicista imperial francesa, por lo que no es de extrañar que el arquitecto fuese del agrado de José Bonaparte.

Las actuaciones de la etapa anterior se habían centrado en el eje del Prado, pero Madrid continuaba siendo una ciudad de trazado anárquico y sin hitos urbanos propios de una gran capital europea. El anticlericalismo de la ideología revolucionaria francesa, permitió llevar a cabo algunas acciones impensables con anterioridad. Se prohibieron los enterramientos en las iglesias, creándose cementerios extramuros, como medida para evitar epidemias. También se procedió a la expropiación y derribo de conventos para despejar el entramado urbano, que pasaron a ser plazas (Santa Ana, Los Mostenses o San Miguel). Disposiciones similares se adoptaron en otras ciudades como Sevilla o Valladolid. La gran densidad de las ciudades amuralladas sólo permitía este recurso para ganar espacio, en una época en la que el derribo de los muros (aunque fuesen tan sólo una tapia de función puramente aduanera, como en Madrid) todavía no se asumía como idea generalizada. Dos décadas después, la desamortización de Mendizábal permitiría ganar terreno recurriendo al mismo procedimiento, pero era obvio que por muy grande que fuese el porcentaje de solares en manos de la Iglesia, sólo podía ser un remedio parcial.

Una de las zonas en las que el "despeje" del caserío resultaba más necesario eran los aledaños del Palacio Real. Sacchetti ya había advertido que el Palacio requería una plaza en su parte oriental para obtener una buena perspectiva y Sabatini había preparado un proyecto que no pudo ser llevado a cabo. La creación de una zona monumental en torno al Palacio, se convirtió en el trabajo más ambicioso de Silvestre Pérez, inspirado por el ejemplo de otras ciudades imperiales. El foro napoleónico, símbolo de la nueva época, es la plasmación arquitectónica de un pretendido retorno a la austeridad romana. En él debían dominar las formas geométricas puras. En Madrid tendría su realización mediante un eje que uniría el Palacio con la iglesia de San Francisco el Grande, convertida en sede de las Cortes del reino. Para ello se construiría una gran plaza en la fachada principal del Palacio Real, seguida de otra cuadrangular en el lugar que hoy ocupa la Almudena, y un puente sobre la calle Segovia que desembocaría en otra gran plaza con forma de circo romano ante la iglesia de San Francisco. El desarrollo de la guerra impidió que el diseño de Silvestre Pérez produjese algún resultado concreto, aunque algunas de las ideas que contenía servirían a sus sucesores para ordenar esa zona tan señalada de Madrid.

La ciudad del romanticismo

Las consecuencias de la larga guerra contra los franceses fueron de índole política y económica. Las ciudades no sufrieron daños destacabales con algunas excepciones. La más notable fue San Sebastián, bombardeada por Wellington en 1813 y destruida en su práctica totalidad. El proyecto de reconstrucción fue encargado por el ayuntamiento a Pedro de Ugartemendía.

El arquitecto diseñó una ciudad ideal, de trama regular, articulada en torno a una plaza octogonal que sería el centro de la vida social. El aspecto más utópico del proyecto radica en la concepción igualitaria, sin segregación social por barrios, y en no tener en cuenta el anterior viario. El proyecto despertó grandes resistencias entre los propietarios de los terrenos que deseaban que la ciudad se reconstruyese sobre el trazado anterior, lo que finalmente lo hizo fracasar. Esta colisión entre intereses públicos y privados hizo prácticamente imposible la remodelación a fondo de los viejos trazados medievales y barrocos de las ciudades españolas.

En Madrid, la única realización destacable en época de Fernando VII es la continuación del programa de ordenación de los alrededores del Palacio Real. IsidroGonzález Velázquez sucedió al exiliado Silvestre Pérez en la labor. Su primer cometido era aprovechar el espacio liberado por el derribo en la época josefina de 56 viviendas y de la Casa del Tesoro, frente a la fachada oriental. González Velázquez ideó una plaza de planta circular, en la que una galería porticada perimetral (inspirada tal vez en San Pedro de Roma), serviría como nexo entre el Palacio y el Teatro Real. Este se levantaría en el lado opuesto al Palacio, sobre el terreno del antiguo teatro de los Caños del Peral y, a su vez, debía servir como articulación entre la Plaza de Oriente y la actual de Ópera.

El proyecto de González Velázquez no pudo llevarse a cabo por dificultades presupuestarias, pero no obstante, está en la base de la plaza que se construyó en 1842, por iniciativa del tutor de la reina, Agustín Argüelles. También habría que esperar a 1854 para que finalizasen las obras de reconstrucción de la Plaza Mayor, siguiendo el proyecto de 1790 de Juan Villanueva, cuando un incendió la destruyó parcialmente. Estos retrasos nos dan idea de la paralización que supuso la guerra y el posterior reinado de Fernando VII.

La llegada al poder de la burguesía, durante la regencia de María Cristina, puso de actualidad la necesidad de mejorar las ciudades. La apertura de plazas intramuros se vio favorecida por la desamortización, que tuvo su punto álgido entre 1835 y 1837. La importancia de la medida sólo puede apreciarse si se tiene en cuenta que en ciudades como Madrid o Málaga, las propiedades de la iglesia ocupaban la cuarta parte de la superficie disponible, porcentaje que era aún mayor en ciudades más pequeñas. No obstante, como ya hemos visto, esta solución sólo suponía una componenda temporal ante la necesidad acuciante de terreno urbano en las principales ciudades. Tan sólo el retraso de la industrialización en España, permitió posponer el insoslayable derribo de las murallas y la creación de ensanches hasta la década de 1850. También hubo factores ideológicos o económicos, la burguesía se resistía por regla general a abandonar los cascos históricos y la posesión de solares era un negocio muy rentable que se veía amenazado por la perspectiva de un repentino aumento del terreno urbanizable.

Otra traba importante era la ausencia de un marco legal adecuado. Las ordenanzas municipales no contemplaban la planificación urbana, y se carecía de recursos técnicos tan básicos como planos topográficos fiables. En 1834, Custodio Moreno confeccionó el primer plano topográfico detallado de Madrid pero hasta 1846 no se publicó una Real Orden que obligaba a las capitales de provincia y otra ciudades relevantes a dotarse de instrumento tan necesario. Algo parecido sucedía con la inexistencia de normas sobre alineamiento de las calles, hasta 1859 no se hicieron obligatorias, resultando en algunos casos contraproducentes por los atropellos que se cometieron en partes de algún caserío histórico con tal de adecuarlo a la geometría (p. ej. la Gran Vía de Granada, ya en las postrimerías del siglo).

Las reformas de la trama interior de las ciudades, ocuparon gran parte de los esfuerzos urbanísticos en el reinado de Isabel II. En Madrid, la más significativa es la de la Puerta del Sol, que pasó a convertirse en nuevo centro de la vida urbana, tras el derribo de los conventos de San Felipe y la Victoria. La Puerta del Sol no sigue el modelo típico de Plaza mayor española, sin embargo, en esta época se asiste a una revitalización de este modelo tan característico, interpretado según el gusto clásico de Villanueva o de las plazas mayores vascas de finales del XVIII. La Plaza Real de Barcelona (1848) y la Plaza Nueva de Sevilla, siguen este modelo llamado a desaparecer en los nuevos ensanches.

Otro aspecto de importancia al que se presta atención durante el periodo isabelino, es a la mejora de infraestruturas básicas, como el abastecimiento de agua potable, la iluminación pública, la pavimentación o el alcantarillado. La mortalidad por enfermedades infecciosas era tan elevada, que Oskar Jürgens constata que antes de realizarse los ensanches, la mortalidad de Madrid era cuatro veces superior a la de Londres o Berlín y la de Sevilla semejante a la de la India.

Los ensanches

A mediados del siglo XIX, la necesidad de proceder al derribo de las murallas y de ensanchar las ciudades se convierte en imperiosa, sobre todo en Barcelona y Madrid. El aumento de la población, la incipiente industria y las nuevas actividades con requisitos intensivos de suelo, como el ferrocarril, no podían satisfacerse simplemente con la liberación o mejor aprovechamiento del terreno de los cascos antiguos. La muralla había perdido todo valor militar, ante los progresos de la artillería y su función fiscal como aduana interior era contraria al espíritu del capitalismo y el libre comercio.

En la Ciudad Condal, el derribo de la muralla era una aspiración desde hacía décadas que había tropezado con su carácter de plaza fuerte. Los planes elaborados por el ayuntamiento tropezaban con los de los ingenieros militares, que en fecha tan tardía como 1844 todavía se planteaban rectificar el trazado de las fortificaciones.

El desbloqueo de la situación se produjo durante el bienio progresista. En 1854, se autorizó, por fin el derribo de las murallas de Barcelona. Ese mismo año, el gobierno civil encargó al ingeniero Ildefons Cerdà la dirección de una comisión en la que también figuraban un arquitecto municipal y un ingeniero militar para levantar el mapa topográfico y estudiar el ensanche de la ciudad. Cerdà, ingeniero de caminos, había trabajado en diversos proyectos de construcción de carreteras y conoció el ferrocarril en Francia en 1844. En 1849 abandonó el cuerpo de ingenieros para dedicarse de lleno a la nueva ciencia de la urbanización, convencido de que la movilidad y los nuevos sistemas de comunicaciones (ferrocarril y telégrafo), iban a cambiar la fisonomía de las ciudades. Su aportación teórica se recoge en el manual "Teoría General de la Urbanización", de 1867, texto cuya influencia en el urbanismo español de las siguientes décadas fue decisivo.

Por su parte, el ayuntamiento convocó en 1857 un concurso en el que se establecía que el ensanche sería ilimitado, superando así las aspiraciones previas al derribo de la muralla, que tan sólo buscaban unir Barcelona con el pueblo de Gràcia. El ganador del concurso fue Antoni Rovira Trías, arquitecto municipal. Su proyecto se basaba en conservar el núcleo histórico como centro de la ciudad, en torno al cual se diponía el nuevo viario en forma de abanico. Dos grandes vías radiales unirían el casco antiguo con los cercanos núcleos de Sants y Gràcia .Pero este plan nunca se llevó a la práctica porque en 1859, el gobierno central aprobó el plan Cerdà, lo que provocó el consiguiente enojo del consistorio barcelonés. El 31 de mayo de 1860 se publicó el decreto de puesta en marcha del proyecto de ensanche de Cerdà, con lo que se da la paradójica circunstancia de que la actuación urbanística que configura la imagen de la Barcelona contemporánea fue impuesta en contra de la voluntad del ayuntamiento.

Cerdà planteó su ensanche como una ciudad completamente nueva, no articulada en torno al casco antiguo. Su característica principal es el trazado ortogonal uniforme, con tres ejes oblicuos (Diagonal, Meridiana y Paralelo) que facilitan su recorrido. La unidad básica del Ensanche es la manzana de 113 metros de lado y achaflanada en sus esquinas, de manera que se crean pequeñas plazas en los cruces. Se preveían cuatro anchuras de calle (20, 30, 50 y 100 metros), la existencia de jardines en el interior de las manzanas y una edificabilidad mucho menor que la que finalmente se autorizó. La uniformidad en el trazado, convierte al proyecto de Cerdà en una ciudad igualitaria, sin segregación social, aunque la realidad se acabaría imponiendo en su desarrollo.

Tanto por los motivos políticos descritos, como por la disputa de competencias entre arquitectos e ingenieros, el plan Cerdà recibió críticas muy duras. La principal tiene que ver precisamente con la uniformidad y la falta de intención monumental en su concepción. Se achacaba que la ciudad carecía de hitos que pudieran hacerla reconocible, que no se había atendido a la integración del casco histórico, y que Cerdà había despreciado la vertiente estética, con errores graves como la plaza cuadrangular de las Glorias. Es comprensible que el proyecto de Cerdà resultase demasiado extraño para sus contemporáneos, pero el tiempo acabó por darle la razón, ya que la ciudad nueva que en realidad constituye en el Ensanche, demostró su idoneidad para la evolución de una urbe industrial y cosmopolita.

En la misma época se planteó la necesidad del ensanche de Madrid. La presión pública no había sido tan intensa como en Barcelona, pero en 1857 el Ministerio de Fomento ordenó el estudio de un futuro Ensanche, cuya dirección fue encomendada a Carlos María de Castro, ingeniero al igual que Cerdà. La memoria del plan se publicó en 1860, como en el caso de Barcelona.

El ensanche de Castro se asemeja al de Cerdà en el trazado ortogonal y en no prolongar la ciudad histórica sino en constituirse en una ciudad nueva por el este y el norte. Sin embargo, su planteamiento es mucho más conservador. La ciudad de Castro estaba segregada socialmente desde el principio, con su barrio aristocrático en el eje de la Castellana, zona burguesa en el actual barrio de Salamanca, y barrios obreros como Chamberí o el situado al sur del Retiro. El conjunto se cerraba por los actuales paseos de ronda, en paralelo a los cuales discurría un anacrónico foso, con funciones fiscales y defensivas. La principal limitación del plan de Castro es la falta de unos ejes de crecimiento claros, que hubieran podido dirigir el crecimiento de Madrid y su integración con los pueblos aledaños. Como veremos este fue uno de los temas que más ocuparía al urbanismo madrileño de las primeras décadas del siglo XX. Con todo, el problema más grave del ensanche madrileño, fue semejante al de Barcelona, al permitirse edificar más superficie de la prevista, tanto en altura, como en anchura a costa de zonas verdes, aceras y calzadas.

La puesta en marcha de los proyectos, requería un marco legal nuevo. En 1861 fue rechazada por el Senado el primer borrador de ley de Ensanches, que tuvo que esperar hasta 1864 para su aprobación, seguido en 1867 del Reglamento. La influencia de esta ley en el desarrollo de los Ensanches fue determinante y contribuyó a que el resultado final se alejase de los proyectos iniciales. El principio guía de esta ley fue la protección de la propiedad privada del suelo, en manos de la burguesía. Los Ensanches, en lugar de actuar como proyectos de ordenación urbana, se convirtieron en zonas de especulación, en las que las trabas administrativas para construir eran mucho menores que en los cascos históricos. Los propietarios de los terrenos obtuvieron unas grandes plusvalías y beneficios fiscales, y en función de sus intereses pudieron mantener solares sin construir mientras que en otras zonas se superaba con creces la edificabilidad prevista.

Los trabajos de construcción se vieron afectados por la inestabilidad política y económica de finales del reinado de Isabel II, de manera que no es hasta después de 1868 cuando se produce el desarrollo de Madrid y Barcelona según los planes aprobados (aunque en la primera de las ciudades el plan Castro estuvo dos años paralizado a favor del más utópico y revolucionario de Fernández de los Ríos). El ensanche es la plasmación urbana del poder de la nueva burguesía industrial y financiera, por lo que otras ciudades seguirían esta misma senda. No fueron muy numerosas, puesto que en las capitales pequeñas la falta de industria e inmigración no creaba la necesidad de espacio adicional extramuros.

Ya hemos visto como en una fecha tan temprana como 1803, Silvestre Pérez había diseñado el Puerto de la Paz, como ensanche de Bilbao. La capital vizcaína tenía el problema añadido de que su término municipal era exiguo. En 1861 recibió la autorización para confeccionar un plan de ensanche, que se encomendó al ingeniero Amado Lázaro, pero este proyecto no fructificó y hubo que esperar a 1873, a un plan nuevo elaborado por Achúrcarro, Alzola y Hoffmeyer.

El ensanche bilbaino se hizo en el margen izquierdo de la ría, sobre el terreno en el que Pérez diseñó el Puerto de la Paz. La ciudad nueva se desarrolla como un damero en torno a una plaza elíptica de la cual parten ocho calles radiales, configuración influida sin duda por la plaza de L'Ètoile parisina. La particularidad orográfica del terreno limitado por la ría y por los montes que lo circundan, convertían al ensanche bilbaino en una solución cerrada sin posibilidad de ampliación física. El crecimiento de la ciudad hizo que en pocas décadas el ensanche resultase insuficiente.

También San Sebastián, que había renunciado al temprano plan de Ugartemendía, se vio en la necesidad de construir un ensanche, labor que se encomendó a Antonio Gortázar. Su proyecto estuvo muy influido por el modelo de Cerdà, como sucedió con otros proyectos posteriores de gran calado como el ensanche de Valencia (tan tardío como 1884), Cartagena, Pamplona o Alicante. De igual forma, es muy notable la impronta del plan Cerdà en los ensanches de Tarrassa y Sabadell.

En 1895, se promulgó la Ley de Saneamiento y Mejora de las Poblaciones, pensada para resolver los problemas de los cascos históricos. Esta ley vino a ser una refundición de diversas ordenanzas municipales, que se concibió con ánimo paliativo, pero sin una visión general de planificación ni ordenamiento. Dentro de esta línea de ordenación y mejora , se incluye el plan Baixeras para Barcelona (1889). Cerdà había previsto la apertura de vías sobre el viario antiguo, pero el rechazo de los propietarios imposibilitó su realización. El plan Baixeras también topó con la misma oposición, tras muchas demoras, se finalizaron las obras de la Vía Laietana en 1913. Definitivamente, la solución que había permitido a Hausmann trazar una ciudad completamente nueva sobre el viario medieval de París, sólo resultaba viable bajo la imposición de un poder político fuerte.

Fruto de la misma ley de Reforma, es el plan para construir una gran vía transversal en Madrid, para dotar a la ciudad vieja del eje este-oeste del que carecía. Ya en 1866 Carlos Velasco Peinado había propuesto una solución que como casi siempre fracasó por la imposibilidad de expropiar los terrenos. La ley de 1895 intentaba resolver dicha dificultad. La Gran Vía figuraba en el Plan General de Reforma de Madrid de López Sallaberry y José Urioste (1905). El nuevo eje debía servir para dotar a la ciudad de una avenida comercial. Completar el proyecto llevó prácticamente cuatro décadas.

El urbanismo en el cambio de siglo

En 1892 Arturo Soria hizo público su proyecto de Ciudad Lineal, un anillo urbano de circunvalación que debería construirse en torno a Madrid. El proyecto de Ciudad Lineal es de una gran originalidad, y junto a la obra de Cerdà, la principal aportación española a la teoría del urbanismo durante el siglo XIX. Desde un punto de vista ideológico, Arturo Soria se inspiró en el movimiento de las ciudades-jardín de Howard y en el pensamiento utópico de autores como Fouirer o Fernández de los Ríos. Su objetivo era construir una ciudad nueva, saludable, que mejorase la calidad de vida de sus habitantes, vertebrada en torno a una amplia avenida central en la que el tranvía actuaba como elemento de cohesión. Las viviendas se pensaron desde el principio unifamiliares, con grandes extensiones de jardín, huertos y zonas verdes. En la Ciudad Lineal habría lugar para la diferencia social, no todas las casas tenían por qué ser iguales, como en otros proyectos utópicos y estéticamente monótonos. La dotación de servicios como escuelas o comercios fue otro punto de atención de Arturo Soria.

Lo que marca la diferencia es que, en lugar de limitarse a enunciar un programa de ciudad ideal que nunca pasaría de la fase de proyecto, creó una compañía privada (Compañía Madrileña de Urbanización) para llevarlo a la práctica. Los futuros habitantes podrían participar como propietarios de acciones de la entidad, en función de su capacidad económica. Un órgano de comunicación, "La Ciudad Lineal" se encargaba de difundir el proyecto y la ideología subyacente.

El primer tramo de la Ciudad Lineal se acabó, tras superar muchas dificultades financieras en 1911. El resultado fue la creación de una zona residencial y de recreo, en la que la burguesía gustaba de pasar los meses de verano. La CMU sobrevivió con diversa fortuna hasta la guerra civil. El modelo de la Ciudad Lineal tuvo una buena acogida en Cataluña donde se plantearon al menos tres proyectos: una barriada en Barcelona, una articulación del eje Reus-Tarragona-Salou y una colonia agrícola en Vilanova, que no llegaron a realizarse.

Además de por su aportación teórica, la Ciudad Lineal tiene el valor de haber sido el primer experimento de planificación y construcción por iniciativa privada. Probablemente su independencia de las autoridades hizo que el proyecto no recibiese el apoyo que habría merecido. La contribución de Arturo Soria a la ciencia del urbanismo no fue apreciada en su tiempo, aunque su influencia es notable en proyectos como la gran vía norte-sur para Madrid de José Grases Riera (1903). Su propuesta es un anticipo de la futura ordenación del crecimiento de la capital, a lo largo de la prolongación de la Castellana y el Prado.

La Ciudad Lineal nació de la superación del concepto de ensanche, que había guiado el urbanismo de las cuatro últimas décadas del siglo XIX. Los ensanches habían mostrado sus limitaciones, pues no servían para articular las ciudades con la periferia, aunque en las primeras décadas del nuevo siglo todavía se autorizan operaciones de ensanche en Valencia (1907) o Murcia (1920). Tampoco daban respuesta a la necesidad de construir viviendas económicas para la cada vez más numerosa población obrera de la ciudad industrial, situación que se intentará paliar con la Ley de Casas Baratas de 1911. El crecimiento dentro de los términos municipales ya no bastaba para dar satisfacción a la demanda de suelo en Madrid y Barcelona, pero hasta entonces no se había abordado como integrar los núcleos próximos en una jerarquía urbana, bien comunicada, que permitiese descongestionar el núcleo central y alejar las actividades industriales más insalubres.

Como en la etapa anterior, fueron las dos grandes ciudades españolas las primeras que tuvieron que buscar soluciones a los nuevos retos. En Madrid, el ingeniero municipal Juan Granés, fue el responsable de intentar unir de forma coherente la ciudad con los núcleos periféricos. Este problema era especialmente grave en la capital, ya que el crecimiento de barrios externos al ensanche de Castro (Prosperidad, Ventas, Chamartín, Argüelles, etc.) había sido muy importante. El plan de Núñez Granés se terminó de elaborar en 1909 (Proyecto de Urbanización del Extrarradio), pero hasta 1916 no recibió la aprobación municipal. La integración de las zonas periféricas se conseguía mediante una prolongación radial de ciertas vías del ensanche. Una ancha avenida transcurría en paralelo al paseo de ronda en la parte norte, y una vía de circunvalación discurría como cierre del proyecto por parte del trayecto de la actual M-30. La prolongación de la Castellana, debía llevarse a cabo eliminando el hipódromo y corrigiendo su trazado para que tomase la orientación sur-norte. Este proyecto, como tantos otros, no llegó a realizarse. Su concepción era demasiado dependiente aún de las ideas de ensanche, pero fue el germen de otro encargo más innovador.

El ayuntamiento encomendó a Núñez Granés que madurase la idea de prolongar la Castellana. La solución fue una venida de seis kilómetros de longitud, con cuatro grandes glorietas. En sus laterales se edificarían viviendas de escasa altura, y habría grandes zonas ajardinadas. Tampoco pasó de la fase de proyecto, pero la idea de prolongación de la Castellana había calado en el ayuntamiento y fue uno de los puntos del pliego de condiciones del concurso que se convocaría en 1928.

En los primeros años del siglo XX, en Barcelona también se manifestaba la necesidad de articular el ensanche Cerdà con la periferia. Se convocó un concurso público que ganó en 1905 el arquitecto francés León Jaussely. Se trata de un plano basado en grandes figuras geométricas, combinación de rectas y curvas, con clara intención monumental. No es extraño, puesto que Jaussely partía de la crítica generalizada al plan Cerdà, a la que ya hemos hecho alusión. La regularidad del trazado en damero desaparecía a favor de composiciones oblicuas. Este proyecto no prosperó, pero Jaussely participó en la confección del definitivo Plan de Enlaces de 1917, en el que quedó recogida su idea de un cinturón de ronda, aunque mucho más realista que el de 1905.

La conciencia de que el crecimiento futuro debía ser planificado con años o décadas de antelación, creó en los profesionales la demanda de que las ciudades dispusieran de un plan general. Hasta 1923, con el Estatuto Municipal, ya bajo la dictadura de Primo de Rivera, no se plasmó en ley dicha necesidad. El Estatuto, publicado siendo ministro de Gobernación Calvo Sotelo, imponía la obligación a las grandes ciudades de elaborar un plan general que ordenase el crecimiento. En el congreso de arquitectos españoles de 1926 se criticó que el Estatuto no prestaba ninguna atención a la conservación del patrimonio histórico ni incorporaba las ideas más actuales sobre urbanización. No obstante, bajo su influencia diversas ciudades convocaron concursos de proyectos de planeamiento. Bilbao en 1926, fue de las primeras, acuciada por la falta de espacio para prolongar el ensanche de 1873. Zaragoza en 1925, Murcia en 1928 o Burgos en 1929 siguieron el mismo camino.

Los últimos años de la década de los 20 marcan una divisoria. Aparece una nueva generación de arquitectos, influidos por las corrientes del racionalismo y preocupados por el urbanismo. En esta generación inmediatamente anterior a la guerra civil, destacan por su actividad urbanística Secundino Zuazo y Fernando García Mercadal. Este segundo, es el principal introductor en España del racionalismo centroeuropeo, tras su paso por algunas de las mejores escuelas de arquitectura de Italia, Francia y Alemania. En 1926, recibió clases de urbanismo de Hermann Jansen, y en 1929 trabajó en el estudio de Zuazo. García Mercadal puso en contacto al arquitecto bilbaino con el alemán, y ambos concurrieron con un proyecto conjunto al concurso convocado por el ayuntamiento de Madrid, para la urbanización del extrarradio. El concurso se declaró desierto, por considerar el jurado que ningún proyecto cumplía todas las condiciones, aunque el de Zuazo y Jansen se consideró el ganador virtual.

Zuazo y Jansen presentaron una solución inspirada en el modelo radiocéntrico de ciudad que arranca de Howard. El plan concebía una ciudad moderna basada en la zonficación y organizada con medios de transporte públicos. Bajo el eje norte-sur, ya propuesto por Grases Riera y Núñez Granés, discurriría una línea subterránea de ferrocarril, para dar solución de continuidad a las distintas líneas que convergían en Madrid. La influencia del racionalismo se refleja en los modelos de edificiación en los laterales de la prolongación de la Castellana y en el plan de reforma interior del casco antiguo.

Urbanismo de la Segunda República

La proclamación de la Segunda República, coincidió en el tiempo con el auge de la arquitectura racionalista, de la que García Mercadal fue el principal introductor. Participó en el congreso fundacional del CIRPAC en 1928 , organizó la visita de Le Corbusier a Madrid y fue el promotor de la creación en 1930 del GATEPAC.El gobierno republicano proporcionó un fuerte impulso político al planeamiento urbano, especialmente bajo el mandato de Indalecio Prieto en Obras Públicas entre 1931 y 1933.

Como siempre, el nuevo régimen escogió la capital como escaparate de sus nuevas ideas. En 1932 se creó el Gabinete Técnico de Accesos y Extrarradio de Madrid, para mejorar los accesos por carretera y ferrocarril y ordenar los núcleos de población periféricos. El cerebro de este gabinete fue Zuazo, y sus realizaciones más significativas fueron el plan de accesos a Madrid y dos trabajos relacionados con los trabajos de prolongación de la Castellana: el túnel Chamartín Atocha y los Nuevos Ministerios. Este conjunto arquitectónico, inspirado en la arquitectura escurialense, en palabras del arquitecto, tenía un gran valor simbólico como imagen del nuevo poder republicano.

Otro innovador trabajo del Gabinete fue el Plan Regional de Madrid, en el que por primera vez se contempla no sólo la ciudad y su periferia inmediata sino una unidad territorial mucho más amplia, dentro del espíritu del Regional Planning inglés.

El interior del término municipal de Madrid fue objeto de un plan de Extensión en 1933, que venía a suplir el fallido concurso de 1929. Se trata de un trabajo técnicamente muy depurado, que establecía objetivos sobre zonificación, densidad, espacios verdes y sistema de transporte.

Por su parte, García Mercadal ganó en 1932 la plaza de jefe de la Oficina de Urbanismo del Ayuntamiento de Madrid. En aquella época su pensamiento era muy radical en lo relativo a las intervenciones en los cascos antiguos y en la necesidad de socializar el suelo para poder llevar a cabo las reformas que necesitaban las ciudades. Su principal aportación urbanística desde su puesto es el Proyecto de Ciudad Verde del Jarama. A lo largo de los años se produce su distanciamiento del racionalismo más militante.

Donde éste se convirtió en arquitectura oficial, fue en Cataluña, impulsado por la Generalitat. El GATCPAC, liderado por Sert, será la referencia del urbanismo catalán republicano.

El primer proyecto de calado del grupo es la urbanización de la Diagonal (1931). Se trata de una exposición del racionalismo más ortodoxo, en el que la manzana cerrada Cerdà se sustituye por alienaciones longitudinales de bloques exentos. En 1932, se publica el de la "Ciutat de Repós", una colonia de vacaciones dentro de la preocupación del movimiento por la higiene y el ocio de las masas.

En 1934, se completó la redacción del proyecto más ambicioso, el "Plan Macià", para la creación de una nueva Barcelona, que contó con el apoyo de Le Corbusier. El crecimiento de la ciudad debería hacerse descartando las propuestas radiales tipo Jaussely y conservando la organización reticular de Cerdà, pero con un módulo mayor (una manzana nueva equivaldría a nueve antiguas). Se prestaba atención especial al cinturón litoral, a la zonificación y a la modificación de las ordenanzas urbanas.



Bibliografía

  • Jürgens, Oskar.: "Ciudades españolas. Su desarrollo y configuración urbanística". MAP, 1992.
  • Hernando, Javier.: "Arquitectura en España 1770-1900". Cátedra, Madrid, 1989.
  • Terán, Fernando de: "Planeamiento urbano en la España Contemporánea". Alianza Universidad, Madrid, 1980.
  • Urrutia, Ángel: "Arquitectura española del siglo XX". Cátedra, Madrid, 1997.



Día Mundial del Urbanismo, 8 de noviembre


Asociaciones de urbanistas en el mundo

  • Consejo Europeo de Urbanistas CEU
  • Ordem Profissional dos Urbanistas do Québèc OUQ
  • International Society of City and Regional Planners ISOCARP
  • American Planning Association APA
  • Sociedad de Urbanistas del Perú SURP
  • Société Française des Urbanistes SFU
  • Asociación Española de Técnicos Urbanistas AETU