Inmigración en Argentina
Las migraciones al territorio actual de la Argentina comenzaron varios milenios a. C., con la llegada de las culturas de origen asiático que ingresaron al continente americano por Beringia, según las teorías más aceptadas, y fueron poblando lentamente el continente americano. A la llegada de los españoles, los habitantes del actual territorio argentino representaban cientos de miles de personas pertenecientes a numerosas civilizaciones, culturas, ciudades y tribus distintas.
Sobre este sustrato, el territorio argentino ha experimentado distintas corrientes migratorias:
- la colonización hispánica entre los siglos XVI y XVIII, mayoritariamente masculina,[1] que se asimiló con los nativos en un proceso de mestizaje. No todo el actual territorio fue efectivamente colonizado por los españoles. La región chaqueña, la Patagonia, el territorio de la actual provincia de La Pampa y de la mayor parte de las actuales provincias de Buenos Aires, San Luis y Mendoza se mantuvieron bajo dominio indígena (mapuches, ranqueles, wichis y otros pueblos) hasta que fueron conquistadas por el Estado Argentino, luego de la independencia.
- la introducción forzada de personas de piel negra llevados de África para trabajar como esclavos en la colonia entre los siglos XVII y XIX.
- la inmigración europea fomentada por la Constitución Argentina de 1853 bajo la base del precepto alberdiano, de gobernar es poblar, destinada a generar un tejido social rural y a finalizar la ocupación de los territorios obtenidos mediante la campaña militar contra los mapuches y ranqueles denominada conquista del desierto.
- la inmigración urbana, principalmente europea y en menor medida de Oriente Medio, producida durante finales del siglo XIX y la primera mitad del XX.
- la inmigración de países vecinos, más o menos continúa a lo largo de los siglos XIX y XX. Este tipo de inmigración que se remonta a las primeras civilizaciones agroalfareras aparecidas en territorio argentino[2], a diferencia de la inmigración europea fue siempre considerada un problema por no estar incluida en la que debía ser fomentada en cumplimiento de la Constitución.[3].
- las nuevas corrientes migratorias a partir de los años '80 y '90 provenientes del Perú, Bolivia, Paraguay, Colombia, Centroamérica, Asia y Europa oriental.
Migraciones precolombinas
El poblamiento arcaico del territorio que hoy conforma la Argentina fue realizado por diversas corrientes, quizás una inicial de paleoamericanos descendientes de las [ luego por otras más recientes de indoamericanos. De acuerdo al estado actual de las investigaciones, en la Patagonia se encuentran algunos de los asentamientos humanos más antiguos del territorio americano. Puntualmente, la primera presencia humana se ha registrado en Piedra Museo (provincia de Santa Cruz) y se remonta a casi 13.000 años adP.
Se han sostenido hipótesis sobre la posibilidad de otras corrientes poblacionales precolombinas. Una de ellas, que ha encontrado cierto apoyo en los descubrimientos de Monte Verde (Chile) y otros sitios, la temprana existencia de tal asentamiento, al parecer anterior a la mayoría de los asentamman cape !!ientos ubicados más al norte en América parece desmentir (según lo que se conoce en el 2008) la teoría que ha sido predominante: la de un poblamiento primero a través del istmo de Beringia que se habría desplazado hacia el sur por el centro de Norteamérica utilizando un supuesto corredor que atravesaba los campos de hielos del wurmiense; la ratificación de la antigüedad de Monteverde induce a pensar que la principal corriente de poblamiento de las Américas — hasta el territorio que es actualmente argentino— se realizó siguiendo las costas por largas extensiones en un tiempo relativamente breve, también se sostiene la posibilidad de un poblamiento australoide que pudo haber ingresado desde Australia alrededor del XIII milenio a. C., aprovechando las costas de la calota glaciar existente en la última glaciación. Esta hipótesis busca explicar las evidencia de poblamiento muy temprano del sur de América y las características fisiotípicas de los huárpidos (incluyendo a los llamados comechingones), e incluso algunas características de los pámpidos, difícilmente compatibles con el modelo que sostiene el poblamiento exclusivo del continente por Beringia.
Las corrientes indoamericanas ingresaron por etapas, siguiendo diferentes líneas: una lo hizo por las quebradas del NOA, otra avanzó por las costas del Atlántico, una tercera —quizás la última— lo hizo por el sistema de la Cuenca del Plata especialmente aprovechando la hidrovía del río Paraná.
La primera cultura agroalfarera en territorio argentino, la cultura Tafí (200 a. C.), fue consecuencia de una migración proveniente del altiplano boliviano.[4] A partir de entonces esta región mantuvo intercambios comerciales y migratorios con Chile y las antiguas culturas boliviano/peruanas. Entre 1470 y 1490 se produjo la conquista incaica dirigida por Túpac Inca Yupanki que derivó en la difusión parcial de la cultura y el idioma quechua en el norte argentino.[5]
El actual territorio argentino (como casi todo el Cono Sur), en tiempos prehispánicos, estaba en promedio menos poblado que otras áreas, aunque existían áreas densamente pobladas como el cuadrante noroeste, el oeste andino, y las zonas ribereñas de los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay y sus afluentes.
Tradicionalmente se ha estimado que la población existente en el actual territorio argentino al momento de la conquista española llegaba a 300.000 indígenas (J. Steward, 1949:661). Más recientemente se ha estimado la población en 500.000 habitantes, de los cuales 200.000 habitaban en las sociedades de agricultores del noroeste (G..Madrazo,1991).[6]
Época colonial
Las corrientes españolas que conquistaron y colonizaron la zona donde hoy está ubicada la Argentina fueron principalmente tres:
- la que provino del noroeste —la región peruana conquistada por Diego de Almagro y Francisco Pizarro—;
- la que provino del oeste, desde Chile, a través de la cordillera de los Andes;
- la que provino del este, que empleó el río de la Plata y sus tributarios, en especial el río Paraná, para asentarse a la vera de los mismos. Esta corriente a su vez se estableció en Asunción del Paraguay desde donde colonizó gran parte de la región.
Los conquistadores y colonizadores españoles fundaron ciudades y, desde ellas, establecieron explotaciones rurales para abastecerse de productos agrícolas y ganaderos. La escala de las explotaciones fue reducida, orientada sobre todo al mercado interno y a la provisión de la metrópoli.
Los asentamientos principales se ubicaron en las zonas más densamente pobladas por culturas indígenas agrarias, como los centros mineros del Alto Perú en pleno territorio incaico, y el noreste andino perteneciente al Reino del Tucma, donde se fundaron ciudades como San Miguel de Tucumán, Salta, la efímera ciudad de El Barco primero y Santiago del Estero después; algo más al sur se fundó Córdoba.
Otro importante centro poblacional fueron las ciudades de Asunción del Paraguay y Corrientes fundadas en el área de la civilización guaraní, y con importantes puertos sobre ríos navegables. Paralelamente, la migración andina proveniente de Chile se afincaba en San Juan.
Posteriormente, con el auge del contrabando y la multiplicación espontánea del ganado vacuno en la llanura pampeana, comenzaron a tomar cierto auge Buenos Aires y otras ciudades del litoral mesopotámico.
La población de los asentamientos coloniales integró, aunque de manera desigual y con fuertes variaciones regionales, a indígenas y españoles, y sus descendientes criollos, constituyendo estos últimos los terratenientes, comerciantes, administrativos y gobernantes, que residían principalmente en las ciudades. El mestizaje fue importante ya que los colonizadores tomaron a numerosas mujeres nativas y dieron origen a una población criolla, étnica y culturalmente híbrida, en la que se destacarían los gauchos, un tipo de poblador rural característico de la región.
El número exacto de migrantes hispánicos hacia América es difícil de precisar, debido a lo fragmentario de las fuentes disponibles hasta el momento. No obstante existen varias estimaciones realizadas a partir de fuentes y cálculos diversos. De todos modos sus porcentajes fueron bajos con respecto a la población total, en torno al 1-2%, no superando en ningún caso el 5%.[7] El gobierno argentino informa que en 1810, habitaban en territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata unos 6.000 españoles peninsulares, sobre una población total entre 500-700 mil habitantes.[8] Es decir que representaban aproximadamente el 1% de la población.
La población indígena disminuyó drásticamente en muy breve período, tanto a causa de las muertes producidas por la conquista como por el contagio de enfermedades —como la viruela— hasta entonces desconocidas en el continente, y por el fuerte costo en vidas humanas de las explotaciones mineras de la región andina; las cifras exactas se desconocen, y es probable que sea imposible establecerlas de manera fiable, pero la mayoría de los estudios[9] concuerdan en sostener que éste fue uno de los rasgos principales de la catástrofe demográfica en América tras la llegada de los europeos.
Para reemplazar la mano de obra indígena los europeos decidieron trasladar a América, de manera forzada, a miles de africanos reducidos a la esclavitud. Se calcula que 60.000.000 de africanos fueron enviados a América, de los cuales sólo llegaron con vida 12.000.000.[10] Esa población negra ingresó al Cono Sur a partir de 1596[11] a través del puerto de Buenos Aires primero, y de Montevideo después,[12] y fueron enviados principalmente a las ciudades del noroeste.
En el primer censo, llevado a cabo por el virrey Juan José de Vértiz y Salcedo en 1778, se registró la presencia de una gran población de origen africano en todo el territorio del virreynato: 54% en la provincia de Santiago del Estero, 52% en la provincia de Catamarca, 46% en la provincia de Salta,44% en la provincia de Córdoba, 42% en la provincia de Tucumán, 30% en Buenos Aires,24% en la provincia de Mendoza, 20% en la provincia de La Rioja, 16% en la provincia de San Juan, 13% en la provincia de Jujuy, 9% en la provincia de San Luis".[13]
El censo de 1778 registró una población total de 380.000 habitantes para todo el virreinato. En los territorios de la actual Argentina (excluyendo las zonas del Chaco, la Patagonia y buena parte de las pampas, aún bajo control indígena), es decir, en las nuevas intendencias de Córdoba (Cuyo y Córdoba), Salta (actuales provincias del noroeste), Buenos Aires (una pequeña franja costera de la actual provincia de Buenos Aires -incluyendo la ciudad de Buenos Aires-, Mesopotamia y Santa Fé) y Misiones (actual Misiones mas territorios actuales de Paraguay y Brasil) vivían unas 180.000, personas.[14] La mayoría de la población se concentraba en los asentamientos del noroeste mientras que en la llanura pampeana se asentaba solo un 20% del total. En todo Tucumán (todo el noroeste, incluida Córdoba, pero no el Cuyo -San Luís, Mendoza y San Juán-), habitaban en 1778,126.000, personas. 35.000 eran blancos (criollos y peninsulares), un número similar Indios, unos 11.000 esclavos negros, y 44.000 castas libres (mulatos, negros libres, mestizos, etc). Hacia 1809, la población total de Tucumán y Cuyo se elevaba a 250.000 personas, aproximadamente la misma que en la época de la conquista.[15] Los actuales territorios de Perú y Bolivia, contaban con una población considerablemente mayor que la que se encontraba en el actual territorio argentino.[16]
Durante la época colonial, el actual territorio argentino se encontraban también poblado por pueblos originarios que se mantuvieron independientes del dominio del Imperio Español, en la Región Chaqueña, la llanura Pampeana, la Puna y la Patagonia. Aunque no existen datos precisos sobre la situación de los pueblos originarios independientes durante la colonia, algunos especialistas han sostenido que la densidad demográfica en esos territorios no superaba un habitante por km². Este argumento fue luego utilizado para considerar que se trataba de territorios desiertos que podían ser legítimamente ocupados por el Estado Argentino (ver conquista del desierto).
La baja densidad poblacional que registraba el territorio argentino al momento de la independencia (1810-1816), impulsó un proyecto de desarrollo socioeconómico que consideraba a la inmigración como uno de sus fundamentos esenciales. En 1853 ese proyecto tomaría cuerpo en la Constitución nacional, como un mandato terminante a los gobiernos de fomentar la inmigración europea para poblar el país.
Los inmigrantes y sus orígenes con anterioridad a la formación del estado-nación
Africanos
La inmigración forzada de personas africanas para ser usados como esclavos durante la colonia española influyó considerablemente en la formación de la población del actual territorio argentino. La mayoría de los africanos que se introdujeron en dicho territorio procedían de los territorios de la actual Angola, la República Democrática del Congo, Guinea y la República del Congo, pertenecientes al grupo étnico que habla la familia de lenguas bantú. En 1778 la población africana y sus descendientes constituía el grupo étnico mayoritario, alcanzando un 54% de la población de la provincia de Santiago del Estero, el 46% en la provincia de Salta, el 44% en la provincia de Córdoba, el 42% en la provincia de Tucumán, entre las zonas más pobladas del virreinato, y el 30% en la ciudad de Buenos Aires. Las culturas africanas influyeron sobre la cultura argentina en aspectos como el lenguaje, las organizaciones solidarias, la alimentación, el arte, las creencias religiosas, etc.[17]
Aimaras
La inmigración de personas aimaras, también conocidas como collas, habitantes del actual altiplano boliviano, llamada durante la colonia Alto Perú, fue de importancia en la población del territorio argentino. La primera civilización agroalfarera, Tafí (200 a. C.) se ha atribuido a una migración de personas procedentes del altiplano boliviano.[18] La introducción del maíz y la papa, entre otros alimentos, fue también realizada por migrantes procedentes del altiplano boliviano.[19] Durante la colonia, las relaciones entre la estructura minera establecida alrededor del cerro Potosí y el norte del actual territorio argentino, productor de tejidos y animales de carga, mantuvo una constante migración en ambos sentidos entre ambas regiones.[20] A su vez, la Universidad de Chuquisaca, fue un importante factor de atracción para población rioplatense. El levantamiento de Túpac Catari, en 1781, y su cruenta represión, produjo una importante migración de revolucionarios altoperuanos por razones políticas hacia Buenos Aires.[21] La cultura andina del altiplano boliviano influiría considerablemente la cultura argentina, tanto en el idioma, como en la alimentación, tradiciones, música, valores, y religión.[22] En la actualidad el pueblo Kolla es la segunda comunidad indígena en Argentina.[23]
Españoles
Aunque influyeron decisivamente en la organización política, social y cultural de la Argentina, los españoles que migraron durante la colonia al actual territorio argentino fueron relativamente pocos, en relación con la población existente, la mayoría de ellos conquistadores o colonizadores. El gobierno argentino informa que en 1810, habitaban en territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata unos 6.000 españoles peninsulares, sobre una población total entre 500-700 mil habitantes.[8] Es decir que representaban aproximadamente el 1% de la población.
La inmigración total procedente de España que se dirigió a los actuales territorios argentinos con anterioridad a la formación del estado-nación es difícil de cuantificar. Según los cálculos de Boyd-Bowman, sobre más de 50.000 pobladores no americanos del siglo XVI (entre una cuarta parte y un quinto del total) identificados por nombre, lugar de procedencia y de destino, aproximadamente un 5,2% del total de los pasados a América se dirigió a los países del Plata, lo que significa que entre 10.500 y 13.125 hispánicos (y en mucha menor cuantía extramericanos de otras procedencias) inmigraron a las actuales Argentina y Paraguay en el siglo XVI, de los cuales una mayoría de entre dos tercios y tres cuartos en territorios de la actual Argentina y el resto en Paraguay.[24]
Respecto a la procedencia de estos colonizadores, se dispone de los mismos estudios de Boyd-Bowman, que indican una clara predominancia de los andaluces en dicho periodo. Según los cálculos generales para toda América, los andaluces hubieran alcanzado un 36,9 % del total (entre 80.916 y 101.145 andaluces).[25] Durante los siglos siguientes, el dominio porcentual de los andaluces sobre el total de hispánicos se mantuvo, aunque disminuyendo relativamente hasta en torno a un tercio en el siglo XVII y una cuarta parte en la segunda mitad del XVIII (los cálculos de estos dos siglos están realizados sobre una población con origen localizado mucho menor que la de los cálculos de Boyd-Bowman para el siglo XVI, siendo en todos los estudios de unos pocos miles). De todos modos, la presencia de andaluces era muy pequeña, y en una ciudad como Córdoba, en 1813, solo uno de cada mil habitantes era de ese origen.[26]
Tras los andaluces los más numerosos en el siglo XVI, pertenecían también a etnias ubicadas al sur de la península Ibérica: los extremeños (16,4%) y manchegos -habitantes del reino de Toledo o de Castilla la Nueva en la terminología de Boyd-Bowman- (15,6%). Los únicos que mantuvieron cierta relevancia porcentual tras los sureños peninsulares, fueron los castellanos viejos (14%), pero tras estos ningún otro pueblo de España alcanzó un 6% del total. Fue relativamente importante la afluencia de vascos (sobre todo vizcaínos), que ya en este siglo de predominio andaluz y sureño, alcanzaron un 3,8% del total, cifra por encima de su porcentaje en el total de la población de la monarquía hispánica de la época. Los extranjeros, no súbditos del rey de España eran alrededor de un 2,8%, la mayoría portugueses, aunque con una importante participación de genoveses y otros italianos. En los siglos siguientes, parece ser que el porcentaje de embarcados en Europa hacia el Río de la Plata sobre el total de los idos a América fue mayor, alcanzando el 10% que se ha descrito en algún estudio.[27]
Luis Vitale ha señalado la escasa migración de españoles a América, contrastándola con la de los portugueses:
Brasil contó con el aporte de una migración masiva de portugueses, fenómeno que no se registró en las colonias hispanoamericanas, a las cuales sólo arribaron menos de doscientos mil españoles entre 1509 y 1790, cifra que contrasta con los tres millones de portugueses que llegaron a Brasil.[28]
La herencia cultural más notable de los españoles en América fue la lengua castellana, que es el idioma dominante en la actualidad en todos los países hispanoamericanos. A lo largo de los años, los estudiosos han discutido la mayor o menor importancia de las distintas influencias que dieron origen a los dialectos que integran el español americano, diferenciándose dos grandes corrientes: la hispanista (Amado Alonso, Juan Antonio Frago Gracia),[29] que sostiene que la forma de hablar el español en América dependió principalmente del origen de los colonizadores; la americanista (Rodolfo Lenz), que sostiene que la influencia principal provino de los hablantes, mayoritariamente de origen indígena y africano.[26]
Aunque desde el principio existieron diferencias en el castellano hablado en las diferentes zonas, motivadas tanto por el diferente peso de determinados emigrantes en cierta zona como por la influencia de las lenguas originarias, la creciente diferenciación de dichas variedades americanas, se acrecentó en los siglos XVII y sobre todo XVIII, así como, de manera notable en ciertos países como Argentina, tras la llegada masiva de nuevos inmigrantes en los siglos XIX y XX.
Los colonizadores españoles impusieron también la religión cristiana en su variante católica y la conversión forzada a la misma de los habitantes. En materia de relaciones laborales, a diferencia de las colonias inglesas en Norteamérica, establecieron una cultura que consideraba al trabajo como una actividad vil, moralmente inapropiada para los europeos, razón por la cual establecieron sistemas de trabajo esclavo y servil, a los que fueron sujetados los indígenas y mestizos, y gran cantidad de personas secuestradas en África.
En materia de relaciones sexuales y reproductivas, los españoles prohibieron las relaciones entre europeos, indígenas y africanos, imponiendo la doctrina hispana de la limpieza de sangre, que establecía que solo la "sangre" europea era "limpia", en tanto que la de los indígenas y africanos de piel oscura estaba manchada, y que en caso de mestizaje con europeos, la sangre de sus descendientes quedaba manchada. Pese a la prohibición, fue habitual que los españoles mantuvieran relaciones sexuales con mujeres indígenas y africanas, muchas veces de manera forzada, surgiendo como consecuencia un población altamente mestizada y a la vez discriminada por los Estatutos de limpieza de sangre.[30][31][32]
Los españoles introdujeron también la escritura en la mayor parte del territorio argentino, la imprenta, y el ganado vacuno. Este último se reprodujo como animales salvajes en las pampas, sin intervención del hombre, y constituyeron luego una de las bases de la economía nacional. Muchas de las actuales ciudades argentinas fueron fundadas por los colonizadores españoles.
Judíos
Los primeros judíos llegaron al territorio de la actual República Argentina durante la conquista española, ocultando su condición debido a la persecución a la que eran sometidos por la monarquía católica. Los estudios al respecto han sido llamativamente escasos.[33] Precisamente uno de los casos más importantes de la persecución de judíos en la colonia fue la llamada "Gran Complicidad", en 1639, cuando la Inquisición de Lima procesó y ajustició a Francisco Maldonado da Silva, médico tucumano, cuyo padre era portugués. Una novela del escritor argentino Marcos Aguinis, la Gesta del Marrano, narra el caso y la situación de los judíos en el Río de la Plata durante la colonización española. El investigador argentino Boleslao Lewin, también se ha dedicado a estudiar la inmigración judía a la Argentina antes de 1810, en libros como "El judío en la época colonial: un aspecto de la Historia rioplatense" (1939), "Mártires y Conquistadores Judíos en la América Hispánica, Candelabro, Buenos Aires" (1958), entre otros.
Mapuches
La inmigración mapuche tuvo gran impacto en la población originaria del territorio argentino. De origen chileno, en los siglos XVIII y XIX, debido a la presión ejercida por los españoles y a través de un largo proceso de migración a través los pasos de la cordillera de los Andes, araucanizaron el Comahue, gran parte de la región pampeana y la Patagonia oriental, hasta entonces ocupadas por diversos pueblos no mapuches. De tal modo que fueron mapuchizados o araucanizados, muchas veces de manera violenta, los pehuenches, los het y las parcialidades septentrionales de los tehuelches.[34] La cultura mapuche es una de las influencias de la cultura argentina, tanto en el idioma, como en la alimentación, tradiciones, música, religión, y especialmente en los valores relacionados con el cuidado ambiental de la tierra.[35]
Paraguayos
La inmigración procedente de territorio paraguayo fue de gran importancia para la población del territorio argentino, sobre todo en el área de la cuenca del Río de la Plata. Antes aún de llegar los europeos, la cultura agroceramista Guaraní había poblado el noreste del territorio argentino, junto con el Paraguay y el este de Brasil. Cuando los españoles llegaron aproximadamente 1.500.000 guaraníes vivían en ese territorio.
Los avá (más conocidos como "guaraníes") se establecieron en territorio argentino entre fines del siglo XV y comienzos del XVI, avanzando desde el noreste principalmente por los ríos y otros cursos de agua. Se subdividieron en distintos grupos dependiendo de la zona donde habitaban, como los guaraníes de las islas (en las islas del Delta del Paraná), los del Carcarañá, de Santa Ana (en el norte de Corrientes, los cáingang o cainguás (en la región mesopotámica) y los chiriguanos (en Chaco).
La cultura guaraní ha influido considerablemente en la cultura argentina, difundiendo su idioma, música, costumbres, cultivos como la mandioca (mandi'ó), la batata (jetý), la calabaza (andaí), el zapallo (kurapepê), el poroto (kumandá), el algodón (mandyjù) y la yerba mate (ka'á), que usaban para preparar la bebida que aún hoy se sigue tomando (Ver: el mate), íntimamente relacionada con la nacionalidad argentina, entre otros aportes.
A partir de la conquista española, Asunción se convirtió en uno de los principales centros pobladores del territorio argentino. El asunceño Hernandarias encabezó la expedición proveniente del Paraguay, que llevó las primeras vacas y toros al territorio de la llanura pampeana, los que una vez allí se multiplicaron en estado salvaje en gran cantidad, y constituirían desde el siglo XVIII la base de la economía rioplatense con centro en Buenos Aires.
Portugueses
La inmigración de portugueses al actual territorio argentino durante la colonización española, sobre todo a Buenos Aires y la zona de las Misiones Jesuíticas, fue considerable, especialmente durante el periodo de unión dinástica entre Castilla y Portugal. Los portugueses radicados en Buenos Aires durante la colonia, casi en su totalidad varones, establecieron una red de relaciones comerciales y familiares de gran influencia en la vida económica de la capital del virreinato.[36] Tras la restauración de la independencia de Portugal, prosiguió una cierta inmigración — en este caso bastante forzada— con destinos bastante singulares, por ejemplo a poco de ser creado el Virreinato del Río de la Plata el naturalista y viajero Thadeus Haenke cita la presencia de portugueses dedicados al cultivo de la vid y la producción del vino en tierras de Mendoza confinados allí por los españoles quienes los habían deportado desde la isla de Santa Catarina y la Colonia del Sacramento.
La comunidad portuguesa de la ciudad de Buenos Aires estaba dividida en dos grupos sociales. La mayoría eran peones y artesanos pertenecientes a las clases bajas, y mantenía activas relaciones sexuales con los descendientes de españoles, indígenas y africanos. Existía también un grupo de clase media y media alta dedicado al comercio y al contrabando, así como estancieros, que evitaba el mestizaje con descendientes de españoles, indígenas y negros.[37]
La cultura portuguesa tuvo una gran influencia en la cultura argentina, en especial en lo relacionado con la cultura gaucha y en la cultura y habla rioplatense.[38]
Bastante posteriormente, ya a finales del siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX arribaron numerosos caboverdianos, pueblo mixogénico con linajes africanos y portugueses en el cual han predominado los rasgos culturales portugueses y que en tiempo de su inmigración a la Argentina poseían el pasaporte portugués, los caboverdianos (cuyos descendientes directos en el 2001 rondaban las 30.000 personas) se establecieron principalmente en la zona sur del Gran Buenos Aires (partidos de Avellaneda, Lomas de Zamora, Quilmes, Berisso y Ensenada).
La gran ola de inmigración europea (1850-1950)
Argentina, al igual que Australia, Canadá, Brasil o Estados Unidos, está considerado como un país de inmigración,[39] cuya sociedad ha sido influida en buena medida por un fenómeno inmigratorio masivo, que tuvo lugar a partir de mediados del siglo XIX.
Al igual que en el caso de los otros países mencionados, la Argentina constituyó uno de los principales países receptores de la gran corriente emigratoria europea, que tuvo lugar durante el período que transcurre desde 1800 hasta 1950, aproximadamente. El impacto de esta emigración europea transoceánica, que en América fue muy grande, en la Argentina fue particularmente intenso por dos motivos:
- por la cantidad de inmigrantes recibidos;
- por la escasa población existente en el territorio;
En efecto, en el primer censo de 1869 la población argentina no alcanzaba a 2 millones de habitantes. Por otra parte, ya para 1920, un poco más de la mitad de quienes poblaban la ciudad más grande, Buenos Aires, eran nacidos en el exterior. De acuerdo a la estimación efectuada por Zulma Recchini de Lattes la población argentina, que de acuerdo al censo de 1960 era de aproximadamente 20 millones de habitantes, si no hubiese existido el aporte de la corriente inmigratoria proveniente de Europa, y en menor medida, la proveniente de Medio Oriente, sólo hubiera tenido para ese entonces poco menos de 8 millones de habitantes.[40]
El poblamiento del campo
Las primeras colonias rurales de inmigrantes tuvieron lugar bajo el gobierno de Justo José de Urquiza; en 1855 la provincia de Corrientes firmó un acuerdo con el médico francés Auguste Brougnes, por el cual este se comprometía a gestionar la llegada de un millar de familias de agricultores en el decenio subsiguientes. La provincia les entregaría 35 hectáreas de tierra apta para el cultivo, además de vituallas, semilla, animales e instrumentos de labranza. Los pobladores arribarían en los años siguientes, asentándose en Santa Ana, Yapeyú, Empedrado, Bella Vista y los alrededores de la ciudad de Corrientes.
En 1857 se fundó, de forma particular, la Asociación Filantrópica de Inmigración, que obtuvo una subvención gubernamental y la concesión de los terrenos anexos al puerto de Buenos Aires en los que se levantaría el Hotel de Inmigrantes. Ese mismo año, Urquiza patrocinó personalmente el poblamiento de la Colonia San José, en Entre Ríos.
Los primeros experimentos datan de 1856 e incluyeron la colonia suiza de Baradero, la colonia Esperanza, que albergaba suizos, franceses y alemanes encabezados por Aarón Castellanos en Santa Fe y la colonia galesa de Gaimán, en Chubut, patrocinada por el ministro de Interior Guillermo Rawson.
Sus sucesores Bartolomé Mitre (1862 – 1868), Domingo Faustino Sarmiento (1868 – 1874) y Nicolás Avellaneda (1874 – 1880) darían estímulo a iniciativas similares, aunque inicialmente no hubo una implicación directa del gobierno en las mismas.
Tras las luchas intestinas entre unitarios y federales que impidieron el establecimiento de políticas demográficas consensuadas durante el primer medio siglo de independencia, a partir de 1854 el gobierno nacional decidió dar impulso a la inmigración europea. La decisión no se basaba simplemente en la necesidad de proveer al país de mano de obra que permitiese aumentar la producción de la tierra, para cumplir el papel agroexportador que la división internacional del trabajo vigente le asignaba; respondía también a la decisión de las élites ilustradas de modificar la composición poblacional para corregir lo que Miguel Juárez Celman calificaría de "el turbio entendimiento" del pueblo argentino. Esta política se refleja incluso en el texto del artículo 25 de la Constitución Nacional, que establece:
El Gobierno federal fomentará la inmigración europea; y no podrá restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias, e introducir y enseñar las ciencias y las artes.
La intención de los constituyentes, inspirados en la política de gobernar en América es poblar de Juan Bautista Alberdi, era fomentar la inmigración de población anglosajona y alemana. Este último escribe en su carta explicativa "Gobernar es poblar" de 1879:
Poblar es civilizar cuando se puebla con gente civilizada, es decir, con pobladores de la Europa civilizada. Por eso he dicho en la Constitución que el gobierno debe fomentar la inmigración europea. Pero poblar no es civilizar, sino embrutecer, cuando se puebla con chinos y con indios de Asia y con negros de África. Poblar es apestar, corromper, degenerar, envenenar un país, cuando en vez de poblarlo con la flor de la población trabajadora de Europa, se le puebla con la basura de la Europa atrasada o menos culta. Porque hay Europa y Europa, conviene no olvidarlo; y se puede estar dentro del texto liberal de la Constitución, que ordena fomentar la inmigración europea, sin dejar por eso de arruinar un país de Sud América con sólo poblarlo de inmigrados europeos.Juan Bautista Alberdi[41]
Esta discriminación entre inmigrantes europeos y no europeos ha sido criticada como racista, entre otros,[42] por el escritor Pacho O'Donnel:
Nada hay de reprochable en la intención de incorporar a lo nuestro aquellos progresos civilizadores de allende los mares. Lo reclamable es que se hubieran hecho mejores esfuerzos por articular la supuesta "civilización" ajena con la prejuiciada "barbarie" propia. Tarea descartable para quienes pensaban como Alberdi quien, nada menos que en el texto de "Las Bases", en el que nuestra Constitución será un apéndice, escribirá: "Es utopía, sueño y paralogismo puro el pensar que nuestra raza hispanoamericana, tal como salió formada de su tenebroso pasado colonial, pueda realizar hoy la república representativa"... El racismo alberdiano es transparente en cada página que fundamenta "Las Bases" de nuestra Constitución Nacional.[43]
Sin embargo, el plan alberdiano no pudo realizarse porque la inmigración anglosajona y alemana se dirigió mayoritariamente a los Estados Unidos de América y las colonias del Commonwealth británico. Argentina entonces recibió mayoritariamente la inmigración europea contra la que alertaba Alberdi, principalmente italianos y españoles y, en segundo lugar cuantitativo, de origen europeo oriental.
En 1896, llegó al entonces Territorio Nacional de Misiones, el primer contingente de polacos, y se establece en lo que será la futura localidad de Apóstoles. Más delante llegan inmigrantes alemanes y ucranianos. La casi ausencia de inmigración italiana hace de esta provincia argentina única entre sus hermanas, así como el mayor porcentaje de inmigrantes con respecto a los nativos.
El plan de Alberdi, modificaría en menos de medio siglo la composición social del país de manera radical. En 1869 el país contaba con 1.877.490 habitantes, de los cuales 160.000 habían llegado de Europa en la década inmediatamente precedente; la relación crecería exponencialmente, sumando hasta 1930 un total 6.330.000 emigrantes, de los cuales 3.385.000 se establecerían permanentemente en el país (los restantes eran los llamados trabajadores golondrina, que cruzaban el océano dos veces al año para trabajar en la cosecha).
Los migrantes, en un comienzo, procedían sobre todo de las clases desplazadas por el excedente de mano de obra campesina debido a la Segunda Revolución Industrial y la tecnificación del agro en el hemisferio norte-occidental; la existencia de crisis económicas como la de 1875 fue posteriormente la impulsora principal de la migración.
En 1875 el gobierno federal decidió organizar el proceso de población, para lo que creó la Comisión General de Inmigración; al año siguiente se dictó la ley N.° 761/76, llamada Ley de Inmigración y Colonización, que considera inmigrantes a los extranjeros jornaleros, artesanos, industriales, cultivadores o profesores que con menos de 60 años de edad, buena moralidad y aptitudes suficientes, que lleguen en tercera ó segunda clase (en barco) al territorio de la República para establecerse en ella y establece un régimen para ellos. El estímulo incluyó propaganda en Europa a través de agencias oficiales en ciudades y puertos, así como el anticipo de pasajes durante el gobierno de Juárez Celman. Sin embargo, el alto precio alcanzado por la tierra, motivado en parte por la especulación de los sectores afines al gobierno, detuvo en parte el influjo migratorio y movió a muchos de los emigrantes a retornar a su país de origen. Desde 1888 el gobierno federal subsidió anticipos para el importe de pasajes de los inmigrantes, con resultados catastróficos; la Cancillería emitió en 1891 un informe muy negativo acerca de la experiencia, y el 31 de mayo de ese año se eliminó el subsidio. En los años siguientes, la política gubernamental se limitaría a encauzar la inmigración espontánea. Los recién llegados recibían ocho días de alojamiento y manutención en el Hotel de Inmigrantes, mientras intentaban organizar su asentamiento
La inmensa mayoría de los recién llegados se abocó a tareas agrícolas; eran en su mayoría agricultores de origen, y estaban atraídos por la promesa de distribución de tierras en los inmensos despoblados. Sin embargo, la mejor parte de los terrenos públicos se había vendido ya para 1885, dando origen a enormes latifundios en la pampa húmeda, por lo que sólo la parte más pudiente de los que se radicaron la región pudo disponer de terreno propio. Las tierras fronterizas con los dominios de mapuches y ranqueles fueron quedando, a medida que el combate contra estos los obligaba a replegarse, en manos de estancias dedicadas a la ganadería; esto no fue favorable al establecimiento de pobladores, ya que la actividad requería escasa mano de obra.
La mayoría de los inmigrantes se dedicó a labores remuneradas, dando impulso a gran cantidad de ciudades. Más efectivos resultaron los programas de colonización en Mendoza, en Entre Ríos —donde la iniciativa del barón Maurice de Hirsch dio lugar a las colonias judías, cuya memoria narró Alberto Gerchunoff— y en el norte apenas poblado, en especial Misiones y el Chaco. En estas últimas provincias el motor del asentamiento fueron las empresas forestales; la Forestal Land, Timber & Railway Company, de capitales británicos, pobló el Chaco —a medida que talaba sin remedio sus extensos quebrachales— con braceros y hacheros, muchas veces originarios de Europa del Este. Otras de sus competidoras hicieron lo propio en Santiago del Estero, y aún Salta y Jujuy.
Los asentamientos en la Patagonia argentina fueron mucho menores, dada la importante presencia de aborígenes al sur del río Negro, pero aumentaron paulatinamente, e incluyeron la importante presencia galesa en la actual provincia del Chubut. La región andina fue la menos favorecida por estos movimientos, lo que se refleja aún hoy en su demografía y sus hábitos lingüísticos.
No sólo la migración directa redundó en el aumento de la población; gran parte de los inmigrantes formó familias numerosas, un fenómeno natural en el campo, donde los hijos representan mano de obra disponible ya desde temprana edad. Así, las zonas más aptas para la agricultura recibieron directamente un mayor influjo de población, y mostraron luego además tasas más elevadas de crecimiento. De ese modo, las áreas más pobladas del país ocupan gran parte de las provincias de Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y Buenos Aires.
La inmigración urbana
El volumen de la inmigración, constante desde mediados del siglo XIX hasta finalizado el primer cuarto del XX, significó en términos demográficos que la población argentina se duplicara cada veinte años. En el padrón nacional, según el censo 1914 del INDEC, los nacidos fuera de la Argentina representaban un 30% del total de la población argentina. Según el censo de ese año en la Ciudad de Buenos Aires más del 60% de la población eran inmigrantes, en su mayoría de origen europeo,[44] y en las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe el 30% de la población de estas eran inmigrantes europeos.[45]
Sin embargo, la falta de un programa centralizado de colonización y el reparto completo de las tierras ricas de la llanura pampeana alteraron las condiciones a las que los migrantes se veían sujetos; puestos ante la alternativa de contratos de arrendamiento rural de muy corta duración —no más de cuatro o cinco, en los que el colono estaba obligado a labrar la tierra, cultivar cereal y forraje, y devolverla plantada al vencimiento del contrato— muchos de ellos se asientan en las ciudades, especialmente Buenos Aires, su punto invariable de entrada al país. Más de la mitad de los migrantes se radicó en la Ciudad de Buenos Aires o en la Provincia de Buenos Aires. Fuera de la región litoral la Provincia de Misiones se destacó por el alto porcentaje de inmigrantes en su población; a comienzos de la década del 40 sobre una población total de 190.000 habitantes,80.000 (42%) eran extranjeros, con predominio de polacos, ucranianos, alemanes y rusos.[46]
Hacia 1895, la población argentina que vivía en centros urbanos alcanzaba el 42%, y para 1914 había superado la mitad de la población, llegando al 58%, una tasa superior a la de cualquier país Europeo con la excepción del Reino Unido y los Países Bajos. Esta relación se debía en buena medida a los inmigrantes; frente a su participación de un 30% en la población del país, en Buenos Aires eran el 50% — un millón de los dos con que contaba la capital— y en otros núcleos urbanos llegaban a ser cuatro de cada cinco. Entre estos predominaban los italianos (68,5% de los cuales se afincó en Buenos Aires) y españoles (78%); la distribución se reflejaría en la estratificación social futura de la nación.
Instalados en las ciudades, los inmigrantes se integran en los sectores secundario y terciario de la economía nacional. La construcción del ferrocarril les representó una importante fuente de trabajo, pero muchos de los mismos se abocaron al comercio y a la artesanía. El sector industrial reclutó sus principales impulsores de entre ellos; de los 47.000 industriales que registraba el censo en 1914,31.500 eran de origen foráneo. Esta expansión de la población urbana traicionó la extendida concepción del país como reservorio agrario: siempre según las cifras de 1914, sólo el 29% de la población activa estaba empleada en el sector primario, mientras que la industria daba trabajo al 35% y los servicios al 36%. Sin embargo, la reducida escala y productividad de las manufacturas, y la falta de industria pesada, daban a estas una participación relativamente reducida en el PBI. Otras actividades estaban estrechamente ligadas al modelo agroexportador: la exportación de carnes daba trabajo a muchos obreros en el aglomerado porteño.
Integración de los inmigrantes y represión
Argentina desplegó un poderoso esfuerzo gubernamental por lograr la homogeneización cultural de los inmigrantes. Favorecida por las notas comunes —el origen latino de casi el 80% de los llegados en estas oleadas—, el gobierno federal instrumentó una política de educación e inserción forzosa, basada en la obligatoriedad de la enseñanza primaria a partir de 1884, la inculcación de la épica nacional elaborada por la historiografía, y la conscripción forzosa durante un año en el ejército nacional a partir de 1902, sólo para nativos (entre ellos muchos hijos de inmigrantes).
La integración política de los migrantes siempre fue reducida; hacia 1900, sólo el 4% de los adultos en condiciones de votar eran de origen extranjero. Al desinterés del Estado argentino en nacionalizar a los recién llegados se sumaba la indiferencia de éstos para hacerlo, pues muchos conservaban la idea de volver a su país de origen luego de ahorrar lo suficiente. En 1902, durante el segundo mandato de Julio Argentino Roca, el Congreso sancionó la Ley de Residencia —redactada por el diputado nacional Miguel Cané— que le otorgaba al Poder Ejecutivo la facultad de expulsar extranjeros acusados de delitos comunes o actividades sediciosas. De este modo, el gobierno respondía a la creciente sindicalización y organización política de los trabajadores, en cuyo impulso y liderazgo los inmigrantes desempeñaban un papel importante. Ya desde la década de 1860 y 1870, grupos de inmigrantes franceses como Les Egaux y alemanes como Vorwarts, habían comenzado a organizar el movimiento obrero argentino. Coincidentemente las comunidades de inmigrantes habían comenzado a crear organizaciones de solidaridad mutua, como Unione e Benevolenza, el Club Español, el Hospital Italiano, etc. A la fundación del primer sindicato de gráficos en 1878, le siguieron en las dos décadas siguientes la organización de sindicatos en casi todas las ramas de la economía (empleados de comercio, ferroviarios, carreros, panaderos, sastres, albañiles, tabacaleros, etc.), impulsados por anarquistas y socialistas, que en 1901 dan origen a la primera central sindical estable, la Federación Obrera Argentina (FOA).
El movimiento obrero mantuvo una actitud contraria a la Ley de Residencia, cuyo tratamiento por el Congreso en 1902 fue el factor detonante de la primera huelga general. A pesar de ello la ley fue sancionada el 23 de noviembre de 1902 con el número de Ley 4144. Pese a la escisión entre anarquistas y socialistas, que fundaron la Unión General de Trabajadores (UGT), el movimiento tuvo amplio acatamiento, y representó una grave derrota política para el gobierno roquista, que tuvo que aplicar con dureza la legislación.
Numerosos inmigrantes, e hijos de inmigrantes dieron apoyo al Partido Socialista, fundado en 1896. En 1904, el barrio italiano de La Boca, eligió a Alfredo Palacios como primer diputado socialista de América. Gran cantidad de inmigrantes y sus descendientes dieron también apoyo al fracasado alzamiento cívico-militar de 1905, organizado por la Unión Cívica Radical. En 1907, debido a las pésimas condiciones de vivienda en que se encontraban los inmigrantes y sus familias, en un tipo de vivienda precaria que se conoció como conventillo, los extranjeros fueron protagonistas de una histórica huelga de inquilinos que obligó a los propietarios a moderar los abusos, e impulsó la acción de cooperativas de vivienda como "El Hogar Obrero", de inspiración socialista.
En 1912 los inmigrantes y sus descendientes desempeñaron un rol activo en la organización y apoyo a la gran huelga agraria conocida como el Grito de Alcorta.
Cuando la Ley Sáenz Peña estableció el sufragio obligatorio y secreto, muchos descendientes de inmigrantes apoyaron con su voto a Hipólito Yrigoyen y contribuyeron a que se convirtiera en el primer presidente argentino elegido en elecciones con participación masiva. El cariz urbano y obrero de la Argentina de los inmigrantes sería uno de los motores de la oposición política, sindical y social, crucial durante el siglo XX, entre oligarquía y populismo en sentido positivo.
Corrientes inmigratorias a partir de 1950
A partir de la Segunda Guerra Mundial se observan cambios importantes en los patrones migratorios a nivel internacional. En el sur de América Latina comienza un crecimiento de las migraciones internacionales de carácter regional. Esto generó una profunda transformación de los patrones migratorios, fenómeno que tiene su reflejo en la Argentina durante las últimas décadas del siglo XX.
A partir de la crisis mundial de 1929, la inmigración hacia Argentina proveniente de Europa y otros orígenes de ultramar, comenzó a reducirse drásticamente. La última oleada, menos importante en su magnitud, se produjo entre 1948 y 1952, finalizando así con el largo período de emigración europea transcontinental como fenómeno masivo.
Por el contrario la inmigración proveniente de países limítrofes, se mantuvo relativamente estable a lo largo del siglo XX, a la vez que aumentó la corriente migratoria proveniente de otros países latinoamericanos, entre los que se destaca el Perú, de países asiáticos, principalmente China y Corea del Sur, y de países de Europa del Este.
La estabilización demográfíca de la población, ha ido reduciendo la proporción de extranjeros desde el máximo del 30% alcanzado en 1914, hasta el 4,1% registrado en el Censo de 2001. Sin embargo éste último dato parece estar afectado por la subestimación proveniente de la existencia de gran cantidad de inmigrantes en situación irregular.[47]
En cuanto a las áreas de asentamiento, la Ciudad de Buenos Aires y la Provincia de Buenos Aires concentra el 70% de extranjeros y el 63% de extranjeros limítrofes, siendo también importantes como destino de estas migraciones las provincias fronterizas.
Tratados de libre residencia, Ley de Migraciones y Plan Patria Grande
En 2002, los países del Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay), Bolivia y Chile, firmaron dos tratados reconociendo el derecho a la libre residencia y trabajo en cualquiera de dichos países, de los ciudadanos de las naciones firmantes.
El 17 de diciembre de 2003 el Congreso de la Nación sancionó una nueva ley de migraciones, Nº 25.871, que tiene la particularidad de reconocer el derecho a residir y trabajar libremente a los ciudadanos de los países limítrofes. Con posterioridad, el gobierno del presidente Néstor Kirchner firmó un tratado con la República del Perú reconociendo los mismos derechos a los ciudadanos peruanos.
En 2006, el gobierno del presidente Néstor Kirchner puso en marcha el Plan Patria Grande, con el fin de conceder la residencia a los inmigrantes provenientes de países fronterizos y Perú que se encontraban en situación irregular, extendiendose tambien para los ciudadanos de origen ecuatoriano, colombiano y venezolano.. El Plan ha sido continuado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. En total, entre 2006 y 2008, el gobierno entregó documentos a 714.907 inmigrantes, una cantidad que constituye más de la mitad de los 1.531.940 de inmigrantes censados en 2001.[47] De este modo los inmigrantes con residencia en la Argentina sumaban al comenzar 2009, al menos 5,2 millones de personas, equivalente al 10,5% de la población.
Los inmigrantes y sus lugares de origen luego de 1853
Europa
(*) Las comunidades se listan por orden alfabético, excepto italianos y españoles, en razón de importancia cuantitativa
Italianos
La inmigración italiana fue la más numerosa y formó la mayor etnia de la población argentina. Se estima que entre 15 y 25 millones de argentinos, es decir entre un 40 y un 65% de la población, tienen entre sus ascendientes a inmigrantes italianos ingresados en este período.[48]
Es por esto que la cultura argentina tiene una enorme influencia de la cultura italiana. El lenguaje, las costumbres, los gustos, las tradiciones, llevan sus huellas.[49] La llegada de italianos se extiende hasta 1970, y es en 1870 cuando comienza el gran flujo de inmigrantes.
Fueron diversas la causas de emigración del pueblo italiano hacia la Argentina. Entre ellas podemos encontrar:
- Las Guerras mundiales.
- La débil capacidad de adaptación de la economía italiana a la revolución industrial. La modernización no logró superar problemas estructurales de organización.
- Las crisis de subsistencia entre 1816 y 1817.
- Las epidemias de cólera en los siguientes períodos: 1835-37 ; 1854-55 ; 1865-67 ; 1884-85.
- La debilitación de los órganos asistenciales. La aparición de la burguesía desmonta a los mismos, estrechando el presupuesto estatal. Debido a esto aumenta la criminalidad, siendo expulsados de su territorio los italianos que no se "adaptaban" al sistema industrial.
- La presión demográfica. Las familias que basaban sus ingresos en la producción agraria crecen sin encontrar nuevos territorios para sus cultivos. Por lo tanto, deben emigrar para conseguir mantener su forma tradicional de producción.
- Entre otras principalmente debidas a motivos económicos y ligadas también a procesos de evolución en la economía europea, que afectaron directamente a los italianos y los motivaron a emigrar.
Ocupaciones
Podemos considerar que se formaron siete grandes categorías ocupacionales: agricultores, jornaleros, artesanos, comerciantes, profesionales liberales, varios y sin profesión. En los primeros momentos de corriente inmigratoria, los datos brindados por los inmigrantes de su actividad ocupacional muestran que era nulo el número de personas sin ocupación. Es muy probable que algunos de ellos haya mentido por temor a no ser aceptado. Recién en este siglo comienzan a aparecer contingentes sin ocupación (entre 10% y 15% de la población mayor de 16 años) llegando a un 20% en los años de la guerra y el fascismo.