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Pyrrhocorax graculus

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Estos latinajos impronunciables, que recuerdan a nombres de personajes de Astérix ; limitan en África con reductos de antiguas glaciaciones. Cruzan Eurasia de extremo a extremo; para poder avistarlas desde cualquier sendero marítimo ( piquirroja ), cercano a los acantilados de Iberia o de la Gran Bretaña, cómo si fuesen gaviotas enlutadas. O, por encima del mar de nubes y de los glaciares del Himalaya , a 8.000 m en la zona de la muerte; pues son córvidos tibetanos, originarios de la avifauna himaláyica, que se extendieron para colonizar todo hábitat, bien costero o montañoso, donde el denominador común fuesen los espacios abiertos, poco arbolados y verticales. La Península Ibérica es su gran feudo – en especial para la chova piquirroja, al revés que en los Alpes – donde surfean al viento. Pueden convivir juntas, al ser muy parecidas, aunque unas y otras tienen distintos matices:

A/

    Chova piquirroja o COMÚN : Como indica su nombre, es más fácil de ver, tanto por su número como por su ubicación ( parajes verticales desde pie de costa ); tiene en la Península Ibérica su gran feudo. Menos gregaria, en especial en la etapa reproductiva. Mayor porte, de longitud 40 cm; envergadura alar 75 / 80 cm y peso de 280 / 360 cm. Librea azabache con reflejos verdiazulados. Pata y pico de color rojo; éste totalmente diferente al resto de los córvidos ( en contraposición al del cuervo, que es enorme, casi del tamaño de la cabeza ), largo, estilizado y en forma de sable descendente ( herramienta perfecta para sus gustos alimentarios ). Alas largas y anchas hasta el cuerpo, con formas rectangulares, terminadas en unos extremos romos, muy digitados; cola corta y de base ancha en la unión al cuerpo. Los jóvenes inmaduros, librea negruzca pálida apenas sin reflejos, con pico amarillento o anaranjado. Emite reclamos en vuelo y posada ( perchas que no sean árboles ), con predominio del sonido largo y agudo “ Kiiaaá ”. Aunque más numerosa que su prima piquigualda, tiene el mismo status, “ interés especial / no amenazada ”.

B/

    Chova piquigualda o ALPINA : Es la montañera y simpática de la familia, más gregaria, con bandas de centenares. Gusta de la altitud donde encuentra vientos fuertes para practicar sus inmensas dotes como equilibrista y acróbata, sin ningún motivo aparente, simplemente como juego ( hecho que abre una ventana apasionante a los etólogos – psicólogos de la sociedad animal- ). Residente en alta montaña durante todo el año, tan sólo baja de cota cuando carece de alimento. Morfológicamente es más pequeña y esbelta: longitud , 38 cm, envergadura alar, 65 / 74 cm; peso de 170 / 330 g; si bien su librea es negra, apenas presenta tornasolados azules y escasos tonos verdes; pico corto, recto y de color amarillo. La cola es larga y de base estrecha en el cuerpo. Alas más cortas y, en conjunto, de formas más redondeadas con los extremos alares más cortos y menos digitados. Sedentaria invernal ( cría en montaña a 1.000 / 2.500 m en Pirineos y 1.600 / 3.900 en Alpes ) forma colonías de cría grandes; los jóvenes inmaduros carecen de lustre azabache, portan tonos apagados a juego con pico y patas negruzcas. Ocasionalmente pueden alimentarse en vuelo. Sus reclamos son muy variados:  Chirrip – chup, scrii, zirii – zich,  krrruuu ( alarma ) para dominar el usual, penetrante y corto, “ Tsiuuup ”. Goza de buena población en Alpes y menor en la Península; donde es más frecuente en Pirineos, decrece en la Cordillera Cantábrica y menor en el resto de los macizos montañosos; si bien su status es de “ interés especial / no amenazada “.

Las chovas tienen un régimen de alimentación omnívoro ( herencia de su familia córvida ), con tendencia a la predación de invertebrados en general, e insectos en particular: lombrices, gusanos, caracoles, babosas, saltamontes, coleópteros y, su plato favorito, hormigas. Ya en menor cantidad aprovechan restos de carroña, con guarnición vegetal de bayas y semillas; o, si se tercia la ocasión, el aprovechamiento de restos de carroña. Ocasionalmente presentan, como curiosidad, las dos caras de la moneda: en positivo son de los pocos animales – y rareza dentro de las aves – que pueden alimentarse de líquenes. En el lado oscuro - ¡ y no por culpa de ellas ! – complementan la “ dieta salvaje ” con la “ dieta doméstica ”, hecha de comida “ basura ”; por desgracia, propiciada desde el auge del alpinismo, por la dejadez del “ homo cerdus ” ( ¡¡ Por favor hay que quitarse de la cabeza la falsa idea de que los restos de naranja, bocadillos, etc... se lo comen “ los bichejos ”... ni éstos, ni el transcurso de las semanas, meses ... ni los microorganismos que, a dos mil y pico metros, están de “ vacaciones en lugares menos inhóspitos ” ; es un descrédito para el montañismo y una vergüenza para la mano que lo arroja !! ). Todo este batiburrillo de alimentos son degustados en los ecológicos restaurantes de pastizales alpinos y roquedos; donde nuestras morenazas hambrientas usan sus exclusivos picos con gran maestría: voltean piedras menudas en busca de alguna joya culinaria; o palpan con sus estiletes rojos y amarillos las grietas donde se cobijan incautos invertebrados. Y si algo sobra, se guarda en algún escondite ( costumbre de familia ) para mayor necesidad. Tienen querencia por los espacios libres, amueblados con rocas y vistas a cielo abierto; sin puertas, ni ventanas que limiten al viento; con poca vegetación ( facilita la captura de presas ) y, preferentemente, de paso de ganado ( excrementos y reses mantienen una inmensa población de insectos ). En primavera las bandadas tienden a disgregarse – en especial las chovas piquirrojas – ante la llamada amatoria del celo. Los cielos alpinos se motean de negro en súbitos y acrobáticos vuelos, uno contra otro, las parejas retozan, el cortejo forja vínculos que serán para toda la vida. Cavidades naturales, cornisas, simas, farallones o paredes inaccesibles son buenos lugares ( si el lugar es idóneo lo pueden compartir con otros córvidos, generalmente grajillas, pero no se llevan bien con las rapaces ), desde el nivel del mar – chova piquirroja- hasta subir de cota a ± 2.100m. A mediados de marzo la pareja aporta materiales para construir el nido: pequeños palos, lana, pelos, hierba seca, plumas o musgo; él se encarga de la estructura, en forma de copa, y de alimentarla; ella lo acondicionará, pondrá los detalles ( el nido de sus primas picarazas es una obra de ingeniería inexpugnable ) y llevará el mayor peso. Mutuamente se atusarán el plumaje, las partes inaccesibles del otro – cuello y cabeza- . Tras 1 ó 2 semanas el nido estará terminado y la hembra fecundada. Entre abril y mayo pondrá 3 / 6 huevos, de color blanco verdoso a crema, moteado en pardo grisáceo ( verde y gris > piquigualda ), cada 30 horas. El macho cebará a la hembra durante la incubación ( inmediata, con el segundo huevo ) que durará 18 / 21 días. Tras la eclosión, la ceba es común, aunque la hembra, durante las 3 primeras semanas, se centra más en la pollada y el macho en la búsqueda tenaz de alimento, pues las cebas son cada 30 minutos. Los pollos son nidícolas ( ocupas de pro ), revestidos en la cabeza, dorso, alas y patas de un plumón pardo grisáceo y boca rosa – anaranjada ( piquigualda ) y rojo- rosa con bordes blancos en la otra. A los 40 días empiezan los primeros vuelos en la zona de nidada; torpes , que necesitarán de un aprendizaje y alimentación espaciados hasta su total independencia en otoño; con una madurez sexual a los 2 / 3 años y una longevidad de 5 / 10 años. Es la etapa más vulnerable para ellas, con poderosos y alados enemigos, como las águilas ( real, perdicera y calzada ) y, ya en tierra, armiños y zorros. Gustan de volar porque sí, por el mero hecho de oponer su cuerpo al ímpetu del viento y realizar laboriosas piruetas, ya que son las reinas del aire agitado. A ojo de montañero es un espectáculo de altos vuelos ver cómo realizan aéreas acrobacias: El carrusel, de ascensos desordenados y sin dirección concreta; con planeos en espiral, alas completamente extendidas con las puntas de las rémiges hacia arriba. Los picados, donde alcanzan gran altura, para tirarse con las alas plegadas hacia atrás, en una diagonal descendente a 100 km por hora. O su desafiante contraposición a los fuertes vientos, a veces huracanados; cuando, estáticas e inamovibles, ralentizan su oscura imagen en pleno vendaval. Maestras en el aire de la alta montaña, pues su hábitat así lo ha exigido, al habitar entre riscos, paredes verticales donde el aire se entuba y arremolina, para formar pasillos donde canalizar su fuerza. Si bien comparte el cielo con otras aves, cuando la montaña se embrutece y el viento es huracanado; sólo campean dos especies en las turbulentas nubes: la chova piquirroja y su prima pequeña, la chova piquigualda. Si asombrosa es su adaptación a un medio que roza la frontera de la supervivencia; más admiración crea su comportamiento, pues las chovas – según la etología – son aves con paralelismos humanos. De entrada es un córvido y éstos, dentro de las aves, son los más inteligentes; comparables con las sesudas mentes de chimpancés, pulpos o delfines. Forman parejas estables – nada de perder energía anualmente en buscar compañero, lo tienen de por vida; hecho raro en la Naturaleza -. Esta unidad familiar y su predisposición gregaria – medida de defensa - dan lugar a colonias con una organización sofisticada: se reconocen individualmente y forman grupos afines donde el status social está muy jerarquizado. La categoría social es adquirida a través de méritos y aptitudes individuales; al emparejarse es automáticamente compartida por su congénere ( una chova de status elevado que elige como pareja a otra de rango inferior; transfiere su condición social al consorte, que, desde entonces, es tratado con la misma deferencia ); no es hereditaria, si bien la genética y, sobre todo, el aprendizaje ayudarán a la prole. Al ser sociedades con grupúsculos unidos por afinidades comunes y rangos sociales iguales ( cuanto más jerarquizado es un grupo animal, menos disputas internas se producen ); las peleas son mínimas, salvo en la época de crianza, donde el esfuerzo - ¿ os acordáis ? ..., ¡ darles de comer cada media hora, sin poder abrir el frigorífico, ni comprar del mercado ... todo a golpe de ala !– y la proximidad entre nidos, son chispas que encienden fuegos. Aquí intervienen las chovas “ bombero-policías ”, mezcla emplumada de acusicas, buen rollo con todas y moscas cojoneras, que dan la voz de arrebato, “ huit – huip ”, justo encima de la pirómana; ésta va escuchando cómo la colonia aumenta el griterío hasta que se hace la sueca y también grita “ huit – huip ”; cómo si la bronca no fuese por su causa y fuera pájaro que nunca ha metido la pata. Si la agresión fuera exterior, normalmente por el águila – se llevan como perro y gato -, la bandada se solidarizará con la presumible presa, y hará un bloque común para contraatacar hasta espantarla - ¡ vaya si la alejan: un depredador herido o disminuido, aunque sea levemente, es, más pronto que tarde, cadáver ... el águila lo sabe y buscará, o mejor ocasión u otra víctima ! -. Esta defensa en bloque aún refuerza más los vínculos entre ellas. Admiradas por naturalistas y ornitólogos, garantes de la libertad con mayúsculas; acostumbran a ser, en vuelo libre, compañeras inesperadas de cordada. Aves amigas que nos saludan desde la puerta de un refugio de montaña o, a 8.000 m, en los techos nevados del mundo. Sus graznidos, secos y broncos, carecen de musicalidad y no la necesitan, pues sus notas son letra, airosa y libre; palabra que moldea en las paredes verticales, la profunda poesía de los espacios abiertos. Y quizá, si el humano abriera su corazón, mensajeras de los deseos de montañeros que, a pie de roca, vieran cómo éstas, con sus emplumados dedos de color azabache, esparcieran al viento nuestros más íntimos sueños, ilusiones y querencias. Desde allí se intuyen vuestras cimas; están tan altas que ninguna oscuridad humana puede darles sombra. ¡ Volad sin ataduras y liberad en la rosa de los vientos, el ansia de libertad que anida en el corazón de todo montañero. Sois portadoras de un espíritu engrandecido por las cadenas de la opresión ..., que vuestra negra silueta, recortada al contraluz del cielo abierto, dibuje, una y mil veces, la palabra libertad.