Yawar Fiesta
El Yawar Fiesta es una ceremonia ancestral cuyos orígenes se pierden en el tiempo, pero que evidentemente nació en el Virreinato del Perú, por la presencia de uno de sus actores, el toro, que fue introducido por los españoles en América. Se cree que la ceremonia, sangrienta de por sí, nace por la impotencia del comunero ante los abusos del gamonal; entonces, en una especie de simbología, nace la fiesta en donde el cóndor que representa a los sufridos comuneros, venga los sufrimientos que les propina el gamonal, representado en el toro, que termina muriendo durante la ceremonia. La práctica de esta "fiesta" ya no es tan frecuente, debido a la culturización de los indígenas, su integración a la sociedad y la presencia cada vez más intensa de ecologistas e instituciones protectoras de los animales.
Si hay un acto que encierre toda la complejidad dolorosa, y a la vez festiva del mestizaje y lo exprese en símbolos de significación casi religiosa, ése es, sin duda, el yawar fiesta, la "fiesta de la sangre".
Sus orígenes son, obviamente, hispánicos, pero hoy es una celebración sobre todo indígena. Se practicaba en buena parte de los departamentos de Apurímac y Ayacucho, pero hoy está bastante restringida, es especial aquella variante en la que se usan explosivos.
Los protagonistas de la fiesta, que generalmente se celebra durante las Fiestas Patrias, son tres: el cóndor, el toro y los comuneros. Los dos primeros forman una dualidad sagrada que, más allá de su evidente condición de representantes de lo andino y lo hispano, simbolizan la conjución mítica de los mundos de arriba y de abajo.
El toro suele ser un animal salvaje, criado en los breñales y en cuya captura, a veces sangrienta, participa la mayoría de los hombres de la comunidad. Casi siempre su bravura ha sido antes pregonada e incluso, como en la novela de José María Arguedas, se le atribuye un origen divino: como criatura que encarna las fuerzas subterráneas, suerte de amaru moderno, ha salido de las profundas aguas de una laguna.
La captura del cóndor, aunque es un ejercicio de paciencia, no resulta menos espectacular. En Cotabambas, se suele colocar los restos de una oveja muerta en el anfiteatro natural que forman los bordes de un cráter, y luego el grupo de comuneros encargados de esta misión se dispone, convenientemente escondidos, a una espera que puede durar varios días.
El cóndor es un ave muy cauta y sólo cuando comprueba que no existe ningún peligro desciende sobre su presa. Entonces los comuneros salen de su escondite y, enarbolando sus ponchos a modo de redes, emprenden la persecución del ave, la cual, no puede remontar vuelo en espacio tan estrecho.
El cóndor es conducido ceremoniosamente al pueblo, pues es un animal sagrado. Incluso se le da de beber aguardiente, y el día de la fiesta, adornado, es colocado sobre el lomo del toro, en cuya piel se han cosido las argollas que servirán para sujetar al ave.
Los dos animales, unidos ahora por la sangre y el sufrimiento, salen al ruedo, el cóndor en precario equilibrio, el toro encabritándose para librarse de un adversario que le arranca tiras de piel de los lomos y de la cabeza, que amenaza con sacarle los ojos. "Plásticamente, el toro alado compone una imagen extraordinaria, bella y trágica".. Antes, la fiesta terminaba con el despanzurramiento del toro por los tacos de dinamita con la mecha corta que los jóvenes buscaban que estallaran exactamente debajo del cuadrúpedo. Ahora, en un empate que quizás sea un símbolo de un sosiego que está adquiriendo la sensibilidad andina, después de un tiempo de combate, en el que improvisados lidiadores buscan dar unos pases a los animales, el cóndor es separado del toro.
Si el cóndor muriese, ello sería el anuncio de que una inevitable desgracia va a caer sobre la comunidad. Por ello, se trata bien al ave, se la alimenta, da de beber y, adornadas sus alas con cintas de colores, se le otorga la libertad.
Como se mencionó, el yáwar fiesta tiene variantes. José María Arguedas, en la novela homónima, narra una celebración en la que no interviene el cóndor. Los comuneros a punta de dinamita, deberán despanzurrar al astado, símbolo evidente del gamonal y, en general, de la cultura occidental. El toro, sin embargo, no es un simple enemigo, sino alguien a quien se respeta, incluso adora, pero que se inmola en una especie de misa pagana.