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Diferencia entre revisiones de «Concilio de Nicea I»

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== Consecuencias ==
== Consecuencias ==
Este estatuto produjo el comienzo de un tipo de teología, en la cual el cristianismo se coloca en la posición de Israel en la Biblia para tomar las promesas de Dios, pero las consecuencias del pecado y la desobediencia se las sigue atribuyendo a su «pueblo escogido». Dio lugar a la gran mayoría de teologías y exégesis desde el año 325.,.,..,,.,.,,BETO
Este estatuto produjo el comienzo de un tipo de teología, en la cual el cristianismo se coloca en la posición de Israel en la Biblia para tomar las promesas de Dios, pero las consecuencias del pecado y la desobediencia se las sigue atribuyendo a su «pueblo escogido». Dio lugar a la gran mayoría de teologías y exégesis desde el año 325.


== Notas ==
== Notas ==

Revisión del 03:54 1 may 2009

Primer Concilio de Nicea
I Concilio Ecuménico
Fecha 325
Reconocido por Católicos, Ortodoxos, Coptos, Luteranos y Anglicanos
Concilio anterior Jerusalén
Concilio posterior Constantinopla I
Convocado por Emperador Constantino I
Presidido por San Osio de Córdoba
Participación 300
Tema principal Arrianismo

El primer Concilio ecuménico se celebró en el año 325 en Nicea (actualmente Iznik), ciudad de Asia Menor en Turquía y fue convocado por el Emperador Constantino I el Grande, por consejo del obispo San Osio de Córdoba.

Contexto histórico

El objetivo de Constantino era mantener unido el Imperio romano, en grave riesgo de división, unificando a las diversas facciones religiosas que en ese momento se enfrentaban por distintas creencias. Existían tres corrientes cristológicas del cristianismo en siglo IV, que básicamente disentían en la relación y naturaleza del Hijo respecto al Padre. La primera era el arrianismo, comandado por el presbítero Arrio de Alejandría y Eusebio de Nicomedia, quien sostenía que el Hijo, que se había encarnado en Jesús de Nazaret, era el unigénito de Dios y que por lo tanto tenía un origen temporal, la primera de las criaturas creadas, y por ello no era coeterno con su Padre.

La segunda corriente, opuesta a la anterior, sostenía que el Hijo de Dios era ontológicamente igual al Padre, ambos el mismo Dios, pues Padre e Hijo tenían la misma substancia (ομοουσιος). El obispo Alejandro de Alejandría, y su diácono Atanasio, defendían esta postura.

Posteriormente se desarrolló una tercera posición, intermedia entre las dos anteriores, cuyos seguidores son generalmente conocidos como semiarrianos. Eusebio de Cesarea fue uno de sus principales representantes. Los semiarrianos afirmaban que el Hijo no tenía un inicio temporal, pero debía considerarse al Padre como precediéndolo en existencia. Los semiarrianos afirmaban que el Hijo era de una substancia similar (ομοιουσιος) pero no igual a la del Padre.

Tras la victoria del bando que defendía la consustancialidad, Arrio fue considerado hereje, por negarse a aceptar la declaración final del Concilio, y excomulgado junto a otros dos obispos.

El Concilio

Imagen alegórica del Primer Concilio de Nicea.

Asistieron al Concilio más de trescientos obispos presididos por Osio de Córdoba en nombre del Emperador, y el Papa Silvestre I envió dos sacerdotes romanos: Víctor y Vicentius para que le representasen. Casi todos los padres conciliares condenaron la doctrina de Arrio, que afirmaba que el Hijo era una creación de Dios. Sin embargo, los semiarrianos, que eran la gran mayoría en el Concilio, se opusieron a la palabra ομοουσιος (consustancial), propuesta por Atanasio, debido a que ésta sugería que el Padre y el Hijo eran lo mismo.

El Emperador Constantino, aunque no entendía los detalles de las discusiones de teología griega, notó que el grupo de Atanasio no cedería, y sería complicado mantener el orden del Imperio. Por esta razón, y aconsejado por Osio, decidió en favor de Atanasio, proclamando que Jesús era consustancial con el Padre (ομοουσιον τω πατρι). Con esta fórmula como base, se compuso el Credo Niceno en el que se resumía la doctrina cristiana, particularmente en lo que se refiere al Logos. Este símbolo o credo se propuso inmediatamente en la asamblea. Su frase fundamental era: engendrado, no hecho, consustancial con el Padre.

El emperador Constantino declaró que aquellos que no aceptasen este símbolo serían desterrados. Arrio y Eusebio de Nicomedia no firmaron el credo y por lo tanto fueron condenados al exilio y la quema de todos sus libros. Sin embargo, Constantino fue finalmente bautizado por Eusebio de Nicomedia, que seguía siendo el ordinario y al que se le habían mantenido sus dignidades eclesiásticas. Posteriormente se levantó la condena civil a la doctrina arriana y Arrio fue perdonado, aunque murió repentinamente en circunstancias extrañas cuando iba a ser investido de nuevo con sus privilegios eclesiásticos.

Una de las decisiones del primer Concilio de Nicea que tendría más consecuencias prácticas fue la determinación de las normas para el cálculo de la fecha de la Pascua. El seguimiento de dichas normas acabó dando lugar a la reforma gregoriana del calendario en 1582, por el tema de rechazar la teoría de Arrio se trató también el tema de la Filiación Divina de Jesucristo y se aceptó la Doctrina de Atanasio por la que la Trinidad y la naturaleza de Jesús, se estableció en un lenguaje comprensible y didáctico.

Texto del Concilio

De la carta del Emperador (Constantino) a todos aquellos que no están presentes en el concilio.[1]

Cuando surgió la cuestión relativa al festival sagrado de la Pascua, la idea general era de que sería conveniente que todos guardaran la fiesta en un día; Después ¿qué podría ser más hermoso y más deseable que el ver este festival, a través del cual recibimos la esperanza de la inmortalidad, celebrada por todos en un acuerdo y de la misma manera? Se declaró que era particularmente indigno que siendo este el más santo de los festivales hubiera de seguir las costumbres (el cálculo) de los judíos, quienes se habían ensuciado su mano con el más temible de los crímenes y cuyas mentes estaban cegadas. Al rechazar su costumbre, nosotros podemos transmitir a nuestros descendientes la manera legítima de celebrar la Pascua; que hemos observado desde el tiempo de la pasión del Salvador (de acuerdo al día de la semana).

Por lo tanto, no debemos tener nada en común con el judío, pues el Salvador nos ha mostrado otro camino; habiendo de seguir nuestra adoración una dirección más legítima y más conveniente (el orden de los días de la semana). Y consecuentemente, al adoptar esta manera de ser, nosotros deseamos, amados hermanos, separarnos de la detestable compañía del judío. Pues es verdaderamente vergonzoso oírlos jactarse de que sin su dirección no podríamos guardar esta fiesta. ¿Cómo podrían estar en lo cierto, ellos quienes, después de la muerte del Salvador han dejado de ser guiados por la razón y ahora se dejan llevar por la violencia salvaje de acuerdo a como el error los incita? Ellos no poseen la verdad en cuanto a esta cuestión de la Pascua, pues en su ceguera y repugnancia hacia todos los mejoramientos, ellos frecuentemente celebran dos Pascuas en el mismo año. Nosotros no podríamos imitar a aquellos que abiertamente están en un error. ¿Cómo entonces podríamos seguir a estos judíos quienes con toda certeza están cegados por el error?

La celebración de la Pascua dos veces en un año es totalmente inadmisible. Pero aún si esto no fuera así, seguiría siendo nuestro deber el no manchar nuestra alma por la comunicación con tal gente malvada (los judíos). Ustedes deberían considerar no solamente que el número de iglesias en estas provincias constituyen una mayoría, pero también que es correcto exigir lo que nuestra razón aprueba y que no deberíamos tener nada en común con los judíos.
Henry R. Perciva[2]

Consecuencias

Este estatuto produjo el comienzo de un tipo de teología, en la cual el cristianismo se coloca en la posición de Israel en la Biblia para tomar las promesas de Dios, pero las consecuencias del pecado y la desobediencia se las sigue atribuyendo a su «pueblo escogido». Dio lugar a la gran mayoría de teologías y exégesis desde el año 325.

Notas

  1. Eusebio, Vita Const., Lib. III. pgs. 18-20.
  2. Henry R. Percival: Los Padres Niceanos y Post-Niceanos, Vol. XIV. grand Rapid: Erdmans pub. 1979, pgs. 54-55.

Véase también

Enlaces externos