El archipiélago de Chiloé está localizado en el sur de Chile, entre los paralelos 41º y 43º de latitud sur. Comprende una gran isla, la isla Grande de Chiloé, y un gran número de islas e islotes menores. El archipiélago tiene una superficie de 9181 km² y contaba con una población total de 167 659 personas en el año 2012.[1]
La palabra Chiloé es una transformación de Chilhué, la adaptación al español de chillwe, palabra que en mapudungun significa 'lugar de chelles'.[3] Los chelles (Chroicocephalus maculipennis), también llamados cáhuiles o gaviotines, son aves blancas de cabeza negra, muy frecuentes en las playas y lagunas del archipiélago.
El nombre que se le da a los habitantes de Chiloé es chilotes, aunque también se ha usado chiloense y chilhueño por considerar que el primero podría tener connotaciones despectivas.[4][5][6]
Los primeros exploradores y conquistadores españoles que llegaron a las islas en 1567, la denominaron como «Nueva Galicia», al considerar el paisaje parecido al de Galicia en España[7] y por ser esta la tierra de origen del gobernador de Chile, Rodrigo de Quiroga.
↑Subsecretaría de Desarrollo Regional y Administrativo. «Regiones - Provincias - Comunas»(PDF). División Político Administrativa de Chile. Consultado el 19 de enero de 2014.
↑Cavada, Francisco Javier (1910). Apuntes para un vocabulario de provincialismos de Chiloé (República de Chile): Precedidos de una breve reseña histórica del archipiélago. Punta Arenas. p. 153.
↑Greve, Ernesto (1936). La nomenclatura geográfica y la terminología técnica. Imprenta universitaria. p. 218.
↑Cárdenas, Renato (1997). El libro de los lugares de Chiloé. Orígenes. p. 128.
↑Oroz, Rodolfo (1966). La lengua castellana en Chile. Facultad de filosofía y educación, Universidad de Chile. p. 541.
↑ABC (18 de abril de 2013). «Descubriendo Chiloé: Así es la Galicia chilena». Consultado el 7 de junio de 2013. «Los españoles, al tomar posesión de ella en 1567, la llamaron Nueva Galicia por su similitud paisajística con la región galaica de nuestra Península Ibérica.»
Desde el siglo XVII, los religiosos encargados de la evangelización de las islas fueron los jesuitas, quienes establecieron un sistema llamado Misión circular para hacerse cargo de todas las comunidades evangelizadas. La Misión circular duraba 8 meses y significaba recorrer en total unos 4000 km en dalca y a pie, pero como debían visitar más de 80 sectores y hacer frente a las adversidades del clima, la estadía en cada capilla duraba sólo un par de días y durante el resto del año la vida religiosa quedaba a cargo del fiscal. En los primeros años de la evangelización, las iglesias eran construcciones rústicas con techo de paja.
Por la necesidad de contar con más sacerdotes, la Compañía solicitó al Rey que se permitiera la presencia de jesuitas de nacionalidad diferente a la española. La solicitud fue aceptada y llegaron frailes procedentes de diferentes partes de Europa, sobre todo de Baviera, Hungría y Transilvania. Estos sacerdotes extranjeros fueron los que durante el siglo XVIII dieron impulso a la construcción de iglesias más perdurables que sus antecesoras. Ellos aportaron los diseños, inspirados en las iglesias de sus países, y parte de las técnicas de construcción. Por su parte, los carpinteros chilotes aportaron la mano de obra, los materiales y técnicas propias, muchas de las cuales estaban inspiradas en la construcción de navíos.